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EDITORIAL

La democracia según Fraga

Oponerse a todas las reformas, sobre todo cuando éstas son parciales, graduales, constructivas y además reflejan un cambio en la mentalidad de la mayoría, no es conservadurismo, sino reacción

Uno de los argumentos más peregrinos que manejan quienes, como Manuel Fraga Iribarne se oponen a las primarias en el Partido Popular es que un procedimiento así es "ajeno a la cultura democrática" de su partido. Precisamente una de las asignaturas pendientes del sistema político español es la democratización del funcionamiento interno de sus partidos, bien sea a través de primarias o de algún mecanismo que mejore la información que reciben los afiliados, fomente su participación y establezca la rendición de cuentas de sus líderes ante quienes a través de sus aportaciones económicas y del trabajo gratuito les pagan el sueldo.

Por desgracia, políticos de la talla de Manuel Fraga, que lleva más de treinta años sin bajarse de un coche oficial y más de cuarenta viviendo de algún cargo público, parecen haber olvidado que el modelo de partido patrimonialista cuya sede se encuentra en el salón del domicilio del presidente es cosa del pasado, tanto aquí como en casi todas las democracias occidentales. Así, en los últimos años, varios grandes partidos europeos han llevado a cabo procesos de democratización con resultados siempre positivos. Incluso aquellas formaciones políticas derrotadas en las elecciones se han beneficiado de unas reformas que han evitado las crisis internas que a menudo se producen tras un fracaso en las urnas.

Nada más ridículo, inútil y presuntuoso, y desde luego contraproducente para los intereses electorales del PP, que intentar convencer a sus votantes de que los estatutos de su partido son inmodificables. ¿Acaso el diseño de reglas que introduzcan la responsabilidad de las cúpulas de los partidos y posibiliten su elección, o al menos su control, por parte de quienes de forma generosa y desinteresada sufragan sus gastos es antidemocrático? Más que creer que el PP posee una cultura democrática, pareciera que el senador Fraga pensase que son sus afiliados quienes carecen de ella.

No son los que proponen primarias que están ajenos a la cultura política de su partido, sino Fraga, quien da la impresión de haber perdido de forma irremisible el tren de la historia. Como buen conservador y admirador del sistema anglosajón que dice ser, el presidente fundador del PP debería recordar que uno de los rasgos que caracteriza la política conservadora es saber cuándo hay que cambiar y cómo. Es decir, perfeccionarse en función de las circunstancias que nos rodean. En cambio, oponerse a todas las reformas, sobre todo cuando éstas son parciales, graduales, constructivas y además reflejan un cambio en la mentalidad de la mayoría, no es conservadurismo, sino reacción.

Los actuales líderes del PP deben plantearse si, tras dos derrotas y ante la alarmante situación de confusión y apatía creada por el secretismo de Rajoy de cara al próximo congreso de su partido, no habrá llegado al momento de permitir que los afiliados expresen de forma libre y directa sus preferencias antes de las próximas elecciones generales. Más que menospreciar a sus votantes, Manuel Fraga debería tomar nota de las sabias palabras de un personaje a quien sin duda admira, Nancy Astor, militante conservadora y primera mujer miembro del parlamento inglés: sólo hay algo peor que querer cambiarlo todo, no querer cambiar nada. O dicho de otra forma, sólo quien ignora el presente está condenado a perder el futuro.

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