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EDITORIAL

La hora de Ciudadanos

Ahora le toca lo más difícil: demostrar que es lo que pretende: una fuerza confiable para una auténtica regeneración demoliberal del sistema.

Justo cuando se cumplen diez años de su fundación, Ciudadanos se encuentra en su momento de máximo esplendor, tras el notable resultado que cosechó en las elecciones autonómicas y municipales del pasado 24 de mayo, por el que se ha convertido en un actor clave para la conformación de Gobiernos tan importantes como el de la Comunidad de Madrid.

Diez años después, Ciudadanos está donde quería, en una posición de centralidad en la vida política española. Ahora le toca lo más difícil: demostrar que es lo que pretende: una fuerza confiable para una auténtica regeneración demoliberal del sistema.

Albert Rivera y su gente han luchado con denuedo por hacer de Ciudadanos una referencia ineludible; pero saben de sobra que en buena medida la posición de que disfrutan les ha sobrevenido, es decir, es en gran parte fruto del descrédito de los dos grandes partidos tradicionales, PP y PSOE, y del estupefaciente suicidio de una formación que parecía tener un futuro promisorio hace escasísimos meses: UPyD.

Ese crecimiento inercial parece tener poco recorrido por delante. Ciudadanos se ha venido alimentando de expectativas y del desencanto de millones de personas. Pero ahora ya tiene concejales y diputados autonómicos. Concejales y diputados decisivos. Ciudadanos ya es Poder y como tal va a empezar a ser juzgado.

De hecho, ya lo está siendo. Y los primeros datos no son precisamente esperanzadores: según un sondeo llevado a cabo por la empresa Metroscopia, hasta un tercio de quienes votaron a Ciudadanos hace apenas dos semanas podrían darle la espalda en las elecciones generales del próximo otoño.

No deja de ser una encuesta, pero no deja de ser un toque de atención que plasma en porcentajes el malestar que ha generado en buena parte del electorado naranja la manera en que Rivera y compañía están manejando la cuestión de los pactos poselectorales.

Ciertamente, el papel que tiene ante sí Ciudadanos no es sencillo ni agradable. Pero tiene que desempeñarlo, y no de cualquier manera, pues de cómo lo haga dependerá su futuro. Un futuro que muy probablemente se decida en los próximos meses y, sobre todo, en las generales de otoño.

Ciudadanos debe dar un paso al frente con coraje y sin complejos en pro del cambio sensato que ha venido abanderando en los últimos meses. Un cambio que pasa indefectiblemente por la defensa de la Nación y del régimen constitucional, y que por tanto excluye a los enemigos declarados de la una y el otro. A los nacionalistas y a Podemos, en resumidas cuentas. Rivera lo tiene claro con respecto a los primeros; ahora que ha pasado la campaña, no parece que lo tenga tanto con respecto a los segundos. ¿Está haciendo cálculo Rivera? Pues lo está haciendo del malo: si, por acción u omisión, consiente que la formación de extrema izquierda antisistema de Pablo Iglesias y sus marcas blancas tomen el poder en plazas trascendentales, estará cavando su propia tumba. Como lo estará si, también por cálculo, refuerza o apuntala a lo peor del Partido Popular y el Partido Socialista.

Nadie dijo que fuera fácil ser el tercero en discordia en estos tiempos tan volátiles y desquiciados. Tampoco lo era plantar cara al nacionalismo catalán hace diez años, pero Rivera y los suyos demostraron que se podía. Ahora les toca estar a la altura de las circunstancias también en el resto de España.

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