Hugo Chávez vuelve a estar muy mal de salud. Tan mal, que nada más regresar a su país desde Cuba, donde llevaba varios días en tratamiento, anunció que debía volver a la isla de los tiranos Castro para someterse a una operación "absolutamente imprescindible". Tan mal, que incluso ha dado a conocer el nombre de su sucesor, por si no consiguiera superar el cáncer y falleciera: el actual vicepresidente, Nicolás Maduro.
El caudillo socialista no va a dejar de ser un problema para su patria ni en sus últimas horas. Por desgracia, todo apunta a que seguirá siéndolo incluso después de muerto, tales son los estragos que ha causado quien, sin la menor duda, es uno de los peores gobernantes que haya padecido Venezuela en toda su historia.
Si Chávez muere, Venezuela habrá de elegir un nuevo presidente en un espacio de tiempo no superior a los treinta días. Y lo habrá de elegir mediante una "nueva elección universal, directa y secreta", según estipula la Constitución pergeñada por los propios chavistas.
Esos nuevos comicios serían una nueva oportunidad para la oposición democrática, que al fin parece aglutinada en torno a un líder carismático, enérgico y capaz de concitar apoyos en muy variados ámbitos: Henrique Capriles Radonski. Capriles encajó la derrota del pasado octubre con calma, aplomo y entereza, y en todo momento ha seguido insuflando esperanza en el electorado. Así las cosas, no sería de extrañar que a la segunda fuera la vencida y Venezuela pudiera empezar a salir de la pesadilla chavista.
El problema sería, precisamente, el chavismo, cáncer que corroe aquel país desde hace ya trece años. ¿Dejaría el poder por las buenas, siendo como es tan corrupto, manipulador, violento y liberticida? ¿Facilitaría la transición a la democracia o se enrocaría y haría uso de todos los instrumentos a su alcance (amaño electoral, uso torticero de la Justicia, golpe militar...)? No hace falta ser especialmente pesimista sino reparar en la experiencia para temerse lo peor.