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EDITORIAL

La Nación no se merece estas elites

España no se merece sufrir unas elites como las que la Historia le ha reservado en un momento tan difícil.

La actuación de la Corona en el Día de la Hispanidad ha sido sólo el último ejemplo, tal vez el más doloroso, de la defección de las elites ante el mayor problema que afronta el país en estos momentos. Lamentablemente, las figuras señeras que deberían haber dado un paso al frente en defensa de principios básicos como la unidad de la Nación no sólo han hecho dejación de sus funciones, sino que, con su conducta, están validando los argumentos delirantes de aquellos que quieren hacer saltar por los aires el orden constitucional.

Las palabras de el Rey y del Príncipe, reconviniendo al Gobierno por defender los derechos y libertades de los españoles en todo el territorio y equiparando a los que luchan por preservar las bases de la convivencia nacional con los que tratan de destruirla, ni siquiera son originales, sino tan sólo el triste remedo de una actitud generalizada en los ámbitos político, empresarial, cultural y mediático, donde el separatismo es todavía una tendencia modernizadora y respetable, a pesar de las evidencias acumuladas durante los treinta y cinco largos años que los españoles llevamos padeciendo esa lacra.

Es decepcionante que el coraje de los miles de catalanes que salieron el viernes a la calle a protestar contra el separatismo oficial no haya encontrado entre las elites españolas el mínimo apoyo que podrían esperar, especialmente en fecha tan señalada. Antes al contrario, cuando esas mismas elites se han pronunciado ha sido, generalmente, para reconvenir a los crispadores, que se empeñarían en crear un problema donde, al parecer, no existe ninguno: Cataluña.

La vulneración flagrante de los derechos y libertades de miles y miles de ciudadanos, a los que se margina por querer algo tan básico como poder utilizar la lengua oficial de su país, la insolidaridad territorial, el insulto permanente y, finalmente, la operación puesta en marcha para destruir España y ultrajar su Constitución no suponen el menor problema para aquellos que, precisamente, tienen como principal misión velar por la unidad de la Nación y hacer efectiva la irrenunciable soberanía nacional del pueblo español, los dos grandes pilares en los que se asienta nuestra Carta Magna.

Por otro lado, y por desgracia, mal pueden reconvenir a la Casa Real quienes llevan treinta y cinco años ofreciendo una coartada respetable al separatismo. Por cobardía, por un absurdo complejo franquista o por interés pecuniario, según los casos, lo cierto es que quienes manejan los poderes político, económico, cultural y mediático han preferido dar por bueno que en un país moderno y plenamente democrático existan órganos del Estado en abierta rebeldía contra el orden constituido, o que el Rey reconvenga en público a quienes pretenden hacer honor a lo que juraron cuando aceptaron sus cargos oficiales.

Los catalanes que el pasado viernes salieron a las calles de Barcelona a defender la unidad de España no merecían el trato displicente que institucional y mediáticamente se les ha dispensado. El resto de los españoles, tampoco. De hecho, es España la que no se merece sufrir unas elites como las que la Historia le ha reservado en un momento tan difícil.

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