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EDITORIAL

La opresión de Salgado y la DGT

Incluso cuando puede afirmarse con certeza que alguien está cometiendo una equivocación, impedírselo mediante la fuerza de la ley no es más que un ataque a la libertad que nos convierte en eternos menores de edad, incapaces de responsabilizarnos de nada.

Las palabras de Aznar sólo pueden causar escándalo a los consumidos por lo políticamente correcto, por la socialdemocracia devenida en pensamiento único. Según la ideología dominante, el ciudadano debe ser protegido no contra las agresiones de terceros –como vemos en los tejemanejes con ETA o el nombramiento de una directora de prisiones enemiga de encarcelar–, sino contra los posibles daños que pueda hacerse a sí mismo. El Estado decide dejar de ejercer el monopolio de la violencia contra los delincuentes para actuar contra las personas normales, corrientes y decentes.

En la DGT ha causado gran escándalo que una figura pública de la importancia del ex presidente del Gobierno haya dicho una cosa bien inocente que, además, muchas personas normales, que diría Rajoy, piensan: que el eslogan de sus campañas desde 2005 despide una tufo totalitario que apesta. "No podemos conducir por ti", afirman. ¿Y por qué tendría que pasárseles siquiera por la cabeza el hacerlo? "Pero porque no podemos, que si no...", es la frase que a todos nos da la impresión que rondaba su subconsciente. Y es que los ciudadanos no somos de fiar y debemos ser protegidos de nosotros mismos en todo momento, de la cuna a la tumba.

La DGT no está sola en este Gobierno, naturalmente. Salgado es sin duda el miembro más conspicuo del club. Sin casi competencias, su manera de justificar su cargo ha sido prohibir, o intentar hacerlo. Pero una ministra no es quien para impedir a nadie comer lo que le plazca, ni beber lo que le apetezca. El Estado sólo tiene derecho a intervenir, a usar la fuerza, cuando las acciones individuales dañan a otras personas. Incluso cuando puede afirmarse con certeza que alguien está cometiendo una equivocación, impedírselo mediante la fuerza de la ley no es más que un ataque a la libertad que nos convierte en eternos menores de edad, incapaces de responsabilizarnos de nada.

Es la opresión que Tocqueville veía con temor en el horizonte de las democracias hace más de siglo y medio, en el segundo volumen de su Democracia en América. Veía alzarse en el futuro un "poder tutelar" que "sería como la autoridad de un padre si su objetivo fuera, como aquella, preparar a los hombres para la edad adulta". Sin embargo, al garantizar la seguridad, prever y atender las necesidades y ocuparse de las principales preocupaciones de los ciudadanos, acabaría manteniéndolos "en una perpetua infancia".

Ese es el camino al que conduce la deriva que lideran los socialistas. Para ellos, los ciudadanos no somos de fiar, y deben ser ellos, con la sapiencia de, digamos, un Pepiño Blanco, quienes decidan que es lo bueno y adecuado para nosotros. Esa regla tiene una curiosa excepción: a la hora de votar, los mismos individuos que no pueden hacerse cargo de sus propias vidas obtienen un súbito halo de infalibilidad. Lo cierto es que tanto los individuos como las mayorías se equivocan. Precisamente por eso, es el individuo quien debe tomar las decisiones sobre su propia vida; al fin y al cabo será el principal afectado por sus consecuencias.

De eso es de lo que hablaba Aznar. Es normal que en el Grupo Prisa y el PSOE se escandalicen. Hablarles de libertad es como mencionar la soga en la casa del ahorcado.

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