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EDITORIAL

La surrealista celebración del Primero de Mayo

Los sindicatos en España serán una rémora para la mejora de nuestra economía y de la creación de empleo, pero no tienen precio como propagandistas del gobierno, siempre –eso sí- que el precio lo paguen los contribuyentes y el gobierno lo ocupe el PSOE

Dirigentes de organizaciones sindicales que tienen disputas patrimoniales entre sí, que no llegan a representar al 10% de los trabajadores, que no han hecho nada durante estos años para llegar a un acuerdo con la patronal en pro del empleo, han celebrado, junto a algún representante del Gobierno con el que tampoco han consensuado todavía reforma laboral alguna, una manifestación que apenas ha reunido a cinco mil personas, muchas de las cuales se han dedicado a abuchearlos y a ondear banderas republicanas.

Parece surrealista pero en esto ha consistido, básicamente, la celebración sindical del Primero de Mayo, supuestamente "Día del trabajo", en la que los dirigentes de UGT y CCOO han dado, para colmo del espectáculo, un especial protagonismo a esa "paz" con la que el Gobierno pretende camuflar sus trapicheos políticos y electorales con el terror.

Poco importa que el Ejecutivo se haya limitado a vivir de rentas de las arcas llenas y de las reformas de anteriores legislaturas. Poco importa que la tasa de paro ya haya subido durante el primer trimestre del 2006 o que la inflación esté en el entorno del 4% o el monumental déficit por cuenta corriente que deja en evidencia nuestra escasa competitividad. Pocas veces los sindicatos han dejado tan en evidencia su carácter de teloneros y de correas de transmisión de la izquierda que en este circense Primero de Mayo. Los sindicatos en España serán una rémora para la mejora de nuestra economía y de la creación de empleo, pero no tienen precio como propagandistas del Gobierno, siempre –eso sí– que el precio lo paguen los contribuyentes y que el Ejecutivo lo ocupe el PSOE.

El Gobierno, por su parte, ha dado repentinas muestras de querer una reforma "a lo Zapatero" –ya se sabe: "como sea", "cuanto antes" y "tenga el alcance que tenga"– con tal de acabar de una vez con la imagen de pasividad en el terreno laboral. Por lo anunciado por el ministro Caldera, lejos de profundizar en la necesaria liberalización de los mercados, la propuesta del Gobierno parece más bien encaminada a ahondar en la ya de por sí preocupante rigidez de nuestro mercado laboral.

Poco importa que la patronal quede fuera del acuerdo o que la demagogia no sea, precisamente, el sustento de nuestra economía. Lo importante es la foto, y ya ni siquiera es necesario que los empresarios salgan en ella. De hecho, el Gobierno y, a la vista está, los propios sindicatos están más esperanzados con el "diálogo con ETA" que con el también mal llamado "dialogo social". Esa falsa y propagandística "paz", que se nos va a presentar como el bálsamo de fierabrás para cualquier tipo de mal, incluido el laboral.

En España

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