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EDITORIAL

Las Fuerzas Armadas no son un juguete progre

En los últimos años asistimos a una cursi y ridícula táctica de deconstrucción de la esencia de la carrera militar.

Debido tanto a su misión, que no es otra que la defensa del territorio y soberanía nacionales contra las agresiones, como a su funcionamiento, en el que orden, al disciplina y la jerarquía se imponen a otras consideraciones, las Fuerzas Armadas son una institución del Estado especialmente refractaria a los experimentos buenistas a los que el Gobierno de España viene sometiéndola desde la llegada al poder del PSOE de José Luis Rodríguez Zapatero.

Desde la década de los años 90 del siglo pasado, las Fuerzas Armadas han sufrido cambios importantes, algunos positivos, mientras que otros desvirtúan peligrosamente sus objetivos e incluso su razón de ser. Entre las reformas beneficiosas están la incorporación de las mujeres, un hecho que como demuestran los casos estadounidense e israelí no influye negativamente en su nivel de desempeño, la profesionalización de sus cuerpos y su participación en diversas misiones internacionales.

Sin embargo, en los últimos años asistimos a una cursi y ridícula táctica de deconstrucción de la esencia de la carrera militar. En primer lugar, el papel de las Fuerzas Armadas como garantes de la unidad nacional ha quedado desdibujado, cuando no simplemente eliminado, por la retirada en algunas de sus instalaciones de los símbolos y lemas alusivos a esta función fundamental. Además, el Gobierno pretende enmarcar a los ejércitos en una serie de labores de caridad internacional que, lejos que ser su tarea primordial, son en realidad trabajos secundarios. Por último, el ocultamiento del carácter bélico de la institución ha llegado al extremo de suprimir el tradicional desfile del Día de las Fuerzas Armadas con la excusa de un recorte presupuestario, curiosamente el único que el Ejecutivo ha realizado desde que admitió la crisis económica.

Al desprecio que los socialistas han demostrado a las Fuerzas Armadas y a sus efectivos, pendientes de unas mejoras salariales que todavía no se han cumplido, se ha unido la nefasta gestión de la ministra Carmen Chacón, quien no ha dudado en convertir su puesto en un trampolín para su proyección personal. Sin embargo, el resultado hasta la fecha no podría haber sido peor no sólo para sus ambiciones políticas, sino para la imagen y el prestigio y el bienestar de nuestros soldados. Desde el lío de la retirada de las tropas españolas de Kosovo al escándalo de los casos de gripe en el cuartel de Hoyo de Manzanares, el paso de Chacón por el Ministerio de Defensa está siendo un rotundo fracaso.

Más preocupada por los reporteros gráficos que por las vidas de los efectivos bajo su mando, Carmen Chacón todavía no ha llevado a cabo la prometida mejora del sistema de formación de los miembros de las Fuerzas Armadas ni el necesario refuerzo tecnológico de sus operaciones. Mientras tanto, nuestras tropas continúan afrontando riesgos innecesarios en lugares como Afganistán debido a la falta de elementos básicos como los inhibidores. Así las cosas, cualquier comparación entre nuestra ministra de Defensa y otras mujeres que desde hace más de treinta años han ocupado puestos similares en sus respectivos países resultaría humillante para Chacón. Mucho nos tememos que eso le importe tanto como la celebración del Día de las Fuerzas Armadas.

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