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EDITORIAL

Las urnas se plantan ante Chávez

Cabe la posibilidad de que aumente –todavía más– la violencia política en las calles de las ciudades, o de que el dictador ignore a la Asamblea y siga gobernando de la única manera que sabe hacerlo.

La oposición al chavismo no ha cometido el error de la últimas elecciones legislativas y, esta vez sí, se ha presentado a los comicios con una lista unitaria. Una lista de concentración, Mesa para la Unidad, en la que sus candidatos han cerrado filas en pos de la idea común de frenar, más que el avance del chavismo –para lo cual es tarde–, la imposición de una dictadura socialista al estilo de la cubana en Venezuela. Sabia elección la de los opositores y la del electorado, que se ha volcado masivamente con la Mesa para la Unidad otorgándole un 52% de los votos que, por artimañas legales de Chávez, se han transformado en sólo 61 diputados.

El antiguo golpista, que había pedido expresamente a sus encendidos seguidores del Partido Socialista Unificado de Venezuela (PSUV) "demoler a la oposición", se encuentra con unos apoyos parlamentarios realmente mermados. De controlar la práctica totalidad de la cámara ha pasado a una mayoría simple que no le permitirá gobernar por decreto, tal y como ha venido haciendo en el último lustro. Sin esta herramienta, la de elaborar y pasar por la cámara caprichosas leyes orgánicas, el chavismo pierde uno de sus principales pilares de legitimación. A partir de ahora tendrá que negociar estas leyes –por lo general maximalistas–, o abstenerse de presentarlas ante la Asamblea Nacional, lo cual restringirá bastante su radio de acción.

Pero la principal conclusión que cabe extraer de los resultados de las legislativas no es tanto de aritmética parlamentaria, que sigue inclinada del lado de Chávez, como de fuerza popular que ha ganado en los últimos años la causa opositora. Si la Mesa para la Unidad se mantiene firme en su propósito de erradicar a Chávez del escenario político de Venezuela, tiene, con estos números en la mano, una alta probabilidad de conseguirlo en las próximas elecciones presidenciales, que tendrán lugar en el año 2013. Ahí es donde Chávez y su liberticida régimen se la juegan de verdad. La oposición tiene ahora la obligación de perseverar en los principios y valores democráticos que la han hecho acreedora de la última victoria electoral y proyectarlos tres años en el futuro.

Entretanto el panorama es aterrador. Con Chávez y su PSUV privados de la coartada parlamentaria, Venezuela se enfrenta a un nuevo tour de force bolivariano como los de hace una década. Chávez tendrá que gobernar contra la voluntad de la Asamblea y no con el propulsor moral y político de la Asamblea tal y como ha venido haciendo hasta ahora. Cabe la posibilidad de que aumente –todavía más– la violencia política en las calles de las ciudades, o de que el dictador ignore a la Asamblea y siga gobernando de la única manera que sabe hacerlo. Probablemente lo que los venezolanos tengan que padecer en el futuro inmediato sea una mezcla de ambas, violencia y desafueros, en las que el chavismo es un auténtico especialista.

La lucha por la democracia y la libertad en Venezuela será larga y tremendamente ardua. Al tiempo perdido hay que sumarle las peculiares características del gobernante en cuestión: un demagogo iluminado que carece del más mínimo respeto por el Estado de Derecho, la democracia representativa y el Imperio de la Ley. Pero torres más altas han caído. Los demócratas venezolanos no deben desfallecer un instante si algún día pretenden recuperar su país.

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