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EDITORIAL

Lo peor de Zapatero será su legado

Las elecciones se anticipan porque el clamor contra Zapatero, el peor presidente de nuestra historia democrática, se había vuelto demasiado estruendoso como para ignorarlo durante más tiempo.

Ha sido la propia incompetencia fanática de Zapatero, esa mezcla de sectarismo cainita y de ignorancia suprema, la que ha terminado por desalojarle antes de tiempo de La Moncloa. Habiendo abocado al país a una situación cercana a la suspensión de pagos, ni propios ni extraños, ni nacionales ni extranjeros, querían padecerlo ni un segundo más. Las elecciones se anticipan porque el clamor contra Zapatero, el peor presidente de nuestra historia democrática, se había vuelto demasiado estruendoso como para ignorarlo durante más tiempo.

El problema que se nos plantea ahora es que todavía nos quedan cuatro meses hasta los siguientes comicios; cuatro meses que serán del todo estériles en cuanto a reformas en medio de una coyuntura internacional extremadamente compleja. Con la excusa de que el empleo está remontando y de que el déficit se está reduciendo, Zapatero desatenderá el mensaje que los inversores extranjeros le están enviando: España todavía no ha hecho las reformas necesarias y, si no las aprueba pronto, el país puede terminar de perder la escasa credibilidad exterior que aún le resta.

De ahí que, más allá de la alegría momentánea que pueda provocarnos la convocatoria de elecciones anticipadas, es menester que todos tengamos bien claro cuáles serán las recetas que necesitaremos adoptar el 21 de noviembre para volver a colocar a nuestro país en esa senda de crecimiento de la que nunca debió salir: a saber, reducción del peso del sector público para eliminar el déficit, liberalización del mercado de trabajo que incluya la supresión de la negociación colectiva, eliminación de todas las trabas burocráticas al libre ejercicio de la empresarialidad y saneamiento de aquellas partes más débiles del sector financiero.

El descrédito de un Gobierno agonizante debe contrarrestarse con la ilusión de las buenas ideas. Rajoy ha de ser capaz de recoger ese mensaje, no para convertirse en el blanco fácil de Rubalcaba –que a buen seguro tratará de jugar esa baza, acaso la última que le queda– sino para transmitir la confianza de que, al menos, su futuro Ejecutivo se alejará de las excentricidades de Zapatero y hará todo lo necesario para sacarnos del hoyo. Con cinco millones de parados y con el mayor tijeretazo de nuestra historia al mal llamado gasto social, el ministro del Faisán no debería tener mucho que criticar.

Sin duda, la convocatoria anticipada de elecciones no va a hacernos ver la luz al final del túnel –pues el túnel, por desgracia, es extraordinariamente largo–, pero al menos sí vamos a tener esa oportunidad que hasta la fecha el zapaterismo nos ha negado: la oportunidad de encontrarla.

En España

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