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EDITORIAL

Los sindicatos, de la mano del Gobierno del paro

La supervivencia política de los sindicatos (y de las rentas de ahí derivadas) depende de seguir espoleando junto al PSOE el mito de que existe una clase trabajadora que necesita de la permanente defensa de sus autocalificados "representantes".

El 1 de Mayo se ha institucionalizado como el Día de los Trabajadores, una fecha en la que en teoría defienden sus derechos frente a los capitalistas explotadores. En realidad, éste es un objetivo muy desenfocado; la ciencia económica hace décadas que ha demostrado que no existe un irresoluble conflicto de intereses entre trabajadores y empresarios. Unos mayores beneficios dentro de la empresa significan más inversión, más riqueza y, a la postre, precios más bajos y salarios más altos. El impresionante nivel de vida del que hoy gozan las clases medias sólo puede comprenderse en el marco de un sistema de libre mercado que ha permitido una continua acumulación de capital.

De hecho, ni siquiera la distinción entre las mal llamadas "clases sociales" es tan nítida como pretende transmitir la izquierda. Los proletarios día a día van incorporando a sus patrimonios una mayor cantidad de acciones de compañías privadas, lo que significa que van adquiriendo con sus ahorros la propiedad de los "medios de producción" y convirtiéndose en capitalistas. Asimismo, sería complicado para muchos clasificar a un trabajador autónomo. ¿Es un empresario explotador o un obrero oprimido?

Por estos y otros motivos, los sindicatos han ido perdiendo influencia durante los últimos tiempos. Simplemente son fruto de la manipulación de unas circunstancias pretéritas que ya no se dan. El 1 de Mayo, en consecuencia, se había ido convirtiendo en un acto superfluo e irrelevante al que sólo asistían los liberados sindicales por aquello de trabajar una vez al año y justificar su salario.

Sin embargo y de manera paradójica, la crisis económica que padece España y la fragilidad política del PSOE les ha otorgado una inmerecida notoriedad desde hace unos meses. Zapatero se niega a emprender la imprescindible reforma laboral y apoya buena parte de su cerrazón negligente en la "paz social" y en la autoridad moral de los sindicatos. El Gobierno necesitaba del cariño de UGT y CCOO y desde luego éstos se lo han dado.

La manifestación sindical de este 1 de Mayo ha servido de vehículo para defender el disparatado recetario socialista para salir de la crisis: más gasto, más déficit y en ningún caso reforma laboral. No les importa que sean los propios trabajadores quienes con sus impuestos y los de sus hijos vayan a tener que sufragar los dispendios de los políticos actuales; no les importa que se asfixie a las empresas hasta el punto de que tengan que detener sus actividades y despedir a toda la plantilla por la imposibilidad de adaptarse a la crisis; no les importa que la clase obrera a la que dicen defender sea en buena medida propietaria de las compañías a las que pretenden expoliar; no les importa, en definitiva, que su impostura ataque por casi todas las vías posibles la estabilidad financiera del proletariado.

Y es que alimentan su irreal discurso ideológico para trasladar el debate desde la economía hacia el sentimentalismo más demagógico. El presidente sigue necesitando las dos tardes para aprender de lo primero; pero le sobran años de experiencia para manejar lo segundo. Sólo así, embistiendo pero no reflexionando, han podido convertir el Día del Trabajo en un acto de campaña electoral a favor del Gobierno que más empleo ha destruido en la historia de España.

La supervivencia política de los sindicatos (y de las rentas de ahí derivadas) depende de seguir espoleando junto al PSOE el mito de que existe una clase trabajadora que necesita de la permanente defensa de sus autocalificados "representantes". Sin esta campaña de adoctrinamiento, tan nociva para los propios obreros, su negocio llegaría a su fin y tendrían que comenzar a ganarse la vida buscándose un empleo en lugar de seguir parasitando al resto de trabajadores a quienes juran proteger. En esta crisis se han convertido especialmente en el mayor obstáculo a la creación de empleo.

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