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EDITORIAL

Mas a más y sin nada que perder

Frente a una clarísima voluntad de secesión, sólo hay complejos, indiferencia y un no menos condescendiente, fatal y lamentable hartazgo.

"Este Parlamento ha votado que Cataluña tiene derecho a la autodeterminación. Ha llegado la hora de ejercer ese derecho". "En momentos excepcionales, decisiones excepcionales". "El Parlamento que saldrá de las elecciones tendrá que hacer frente a la misión más compleja y arriesgada. Tenemos más que ganar que perder". "Ha llegado la hora de la autodeterminación". Con frases como éstas, no se puede reprochar al presidente de la Generalidad catalana falta de claridad a la hora de pretender convertir las próximas elecciones autonómicas –adelantadas al 25 de noviembre– en un ilegal plebiscito por la permanencia en Europa de una Cataluña escindida del resto de España.

Ni que decir tiene –o tal vez sí– que, con independencia de cuál fuese el resultado, dicho plebiscito –o los que le sucederían hasta alcanzarse el resultado apetecido– constituiría la demolición de aquello sobre lo que se fundamenta todo nuestro ordenamiento jurídico, que no es otra cosa, tal y como dice el artículo 2 de la Constitución, que la "indisoluble unidad de la nación española, patria común e indivisible de todos los españoles".

Ni que decir tiene –o tal vez sí– que la celebración de ese referéndum, lejos de debilitarlas, no haría sino reforzar las pretensiones expansionistas que el nacionalismo catalán tiene sobre Comunidad Valenciana, Baleares y algunos territorios de Aragón, por no hablar de las zonas de Cataluña en que el voto mayoritario en ese referéndum fuese distinto al obtenido en el conjunto de la comunidad autónoma.

Ni que decir tiene –o tal vez sí– que ese referéndum no haría sino reforzar y hacer más realistas los delirios de los separatistas en otras regiones de España, como el País Vasco o Galicia.

Ni que decir tiene –o tal vez sí– que la democracia permite a cualquier minoría lingüística, étnica o religiosa disfrutar de la protección de las leyes del Estado del que formen parte; lo cual es distinto y hasta incompatible con que cada minoría lingüística, étnica o religiosa pueda disponer de un Estado independiente.

Comprendemos el hartazgo que en muchos causan los nacionalistas, pero no por ello vamos ahora a pasar a considerar ese lamentable estado de ánimo como fuente de buen juicio, o a confundir el adiós a Cataluña con el adiós a los nacionalistas, o a creer que ese referéndum de autodeterminación solucionaría el problema.

La misión que Mas ha encomendado al próximo Gobierno autónomo constituye un desafío frontal a nuestra nación como Estado de Derecho y una fuente de futuros problemas que no van sino a distraernos de los que ya tenemos.

Exagera, sin embargo, Mas cuando dice que esa misión es "arriesgada". Así deberia serlo, ciertamente, como sucede con cualquier acción delictiva destinada a vulnerar la legalidad vigente. Pero la abdicación de sus responsabilidades, tanto políticas como jurídicas, por parte del Gobierno de Rajoy y sus antecesores hace que este desafío secesionista no conlleve el más mínimo riesgo para sus impulsores. No es que los nacionalistas tengan con "más que ganar que perder"; es que no tienen absolutamente nada que perder. Mas está convencido de que puede incurrir en esos casos en que la Constitución permite la suspensión de una autonomía con la misma tranquilidad con que puede incumplir las sentencias del Supremo sobre inmersión lingüística, o con la que puede exigir "sin condiciones" a la Administración central un crédito adicional de 5.000 millones de euros. La determinación de Mas por incumplir la ley se nutre y es proporcional a la renuencia de Rajoy a hacerla cumplir.

Al frente del Gobierno de España no sólo hay un presidente renuente a utilizar los mecanismos que la ley contempla ante estos envites secesionistas, sino un presidente que, por no soliviantar a los nacionalistas, ha renunciado a denunciar el despilfarro de recursos que constituyen los delirios identitarios de los nacionalistas. Por la ingenua pretensión de evitar las polémicas, Rajoy ha renunciado a dar la batalla política destinada a refutar esa engañosa y exitosa tesis nacionalista por la cual la crisis que padece Cataluña se debe a que el resto de España esquilma sus recursos. Frente a una clarísima e inequívoca voluntad de secesión por parte de los nacionalistas, sólo hay complejos, indiferencia y un no menos condescendiente y lamentable hartazgo. Así, los nacionalistas tienen todas las de ganar, para desgracia de Cataluña y del resto de España.

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