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EDITORIAL

Más Rajoy: la renovación era esto

Rajoy se ha atrincherado en ese PP de imagen nefasta incluso entre buena parte de sus electores y cerrado la puerta a cualquier posibilidad de regeneración.

No es la primera vez que Rajoy decepciona a propios y extraños, y lo cierto es que tampoco había grandes expectativas esta vez, pero el simulacro de renovación que presentó en la tarde de ayer es poco menos que ridículo: después de disfrutar durante casi 12 años de un poder omnímodo en el PP, su gran idea renovadora consiste en… acrecentar su propio poder.

La receta de Rajoy para remediar los males que asuelan su partido es sencilla: más Rajoy. Más Rajoy en los órganos de dirección y la próxima campaña electoral en manos de su jefe de gabinete, el ínclito Jorge Moragas. Una receta tan sencilla como pobre y rancia.

Rajoy se muestra decidido a asumir un protagonismo que –acaba de comprobarse de nuevo en las elecciones autonómicas y municipales– ni mucho menos es garantía de éxito, sino muy probablemente de estrepitoso fracaso; y además refuerza ese núcleo duro que le hace las veces de campana neumática y lo extraña completamente de la realidad.

Ayer, Rajoy se volvió a mostrar incapaz de la menor autocrítica; de ver que la política y la sociedad españolas han cambiado y que, por mucho que él se empeñe, ni el PSOE es ya su principal adversario ni va a lograr que las elecciones catalanas de septiembre sean unas autonómicas más, como no consiguió evitar que se celebrase el referéndum independentista el pasado 9 de noviembre.

Rajoy ha introducido algunos nombres nuevos en la dirección popular, sí, pero no son cambios destinados a transformar el partido sino, más bien, una modificación llevada a cambio a regañadientes por alguien que, en el fondo, no tenía ganas de cambiar nada. Por otro lado, no deja de ser paradójico que de las cuatro incorporaciones tres –Javier Maroto, Fernando Martínez Maillo y Andrea Levy– procedan de territorios donde en las últimas elecciones el PP ha obtenido resultados poco menos que desastrosos: el País Vasco, Zamora y Cataluña.

La de Pablo Casado es la única incorporación con verdadera proyección y peso específico; pero su ascenso se ve empañado porque nadie –excepto Floriano– sale de una dirección en la que se mantiene gente como el inamovible Arenas, auténtica encarnación del PP eternamente perdedor.

Rajoy, en suma, se ha atrincherado en ese PP de imagen nefasta incluso entre buena parte de sus electores y cerrado la puerta a cualquier posibilidad de renovación: ni él la va a hacer en Génova ni va a permitir que se haga en sitio alguno, empezando por Madrid, para contrariedad de tantos, empezando por Esperanza Aguirre.

Más allá de nombres y personas, si algo está reclamando la sociedad al PP es un cambio en la forma de funcionar de un partido que no es que no de voz a la sociedad, es que no se la da ni a sus propios militantes. En lugar de más y mejor PP, de un partido más abierto y pegado a la realidad, lo que ofrece Rajoy es más de sí mismo, y lo hace después de que la sociedad le haya dicho por tres veces en un año (elecciones europeas, andaluzas y municipales y autonómicas) que lo último que quiere es, precisamente, eso.

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