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EDITORIAL

McChrystal, víctima del idealismo obamita

Es cierto que después de cruzar la línea de la indisciplina Obama no podía hacer otra cosa que cesarle. Sin embargo, sí podría haber hecho mucho para evitar llegar a esta situación y, de paso, contribuir a ganar la guerra en Aganistán.

La victoria en Afganistán sigue sin llegar y el tiempo se agota. En apenas un año, los soldados estadounidenses regresarán a casa con independencia de cuál sea el estado de las operaciones. Obama se comprometió a retirar las tropas en 2011, señalándoles a los talibán la fecha exacta hasta la que tienen que resistir para alzarse con la victoria.

Es el inconveniente que tiene haber llegado a la Casa Blanca con un exceso de idealismo totalmente desligado de la realidad: el halo que envuelve a Obama y que es, a día de hoy, lo único que le impide seguir cayendo abiertamente en los sondeos de popularidad, depende decisivamente de seguir abanderando el cambio izquierdista y socialdemócrata que en política internacional pasa por aparentar que se es pacificista mientras se llevan a cabo todo tipo de intervenciones de tapadillo (como sucede, por ejemplo, con los ataques selectivos que mes a mes siguen realizándose en Pakistán).

De ahí que el Nobel de la Paz Obama no sólo pusiera una temprana fecha de caducidad a la guerra, sino que se negara a dotar de todo el apoyo militar necesario para realizar las operaciones a gran escala que, como la de Kahandar, se necesitan para vencer a los talibán. Los 30.000 soldados que hace poco más de medio año aceptó desplegar el presidente estadounidense en la zona siempre fueron vistos como insuficientes por el general Stanley McChrystal (quien había solicitado entre 40.000 y 80.000 hombres desde un comienzo), especialmente teniendo en cuenta el arbitrario plazo de retirada anunciado por Obama.

Bajo las órdenes del héroe de Irak, David Petraeus (la persona que logró que una guerra que todos daban por perdida se convirtiera en pocos meses en una rotunda victoria estadounidense) McChrystal buscaba poder implementar las operaciones de contrainsurgencia en las que estaba especializado y que tan buen resultado daban para hacer frente a este tipo de guerras no convencionales como la de Irak o Afganistán. Pero sus medios eran insuficientes y en los últimos meses sus relaciones con la Casa Blanca, especialmente con la Vicepresidencia, se habían vuelto insostenibles. Desde octubre del año pasado se sabe que Biden viene presionando a Obama y a McChrystal para modificar la estrategia en Afganistán, basándose más en ataques selectivos y la persuasión diplomática que en los ataques con grandes contingentes. Biden se mostraba a favor, incluso, de que la retirada de tropas se empezara a materializar en menos de un año y de que, por supuesto, no se enviaran más tropas tal y como suplicaba McChrystal.

Al final, sucedió lo que era previsible que sucediera. Los intereses políticos se han interpuesto con las razones militares y McChrystal ha estallado. Consciente de que en las actuales circunstancias y, sobre todo, con las presentes restricciones de la Casa Blanca, la victoria es prácticamente imposible, ha presentado su carta de renuncia de manera estridente: criticando en la revista Rolling Stones a Obama, Biden y gran parte del resto de la Administración por inútiles e incompetentes.

Es cierto que después de cruzar la línea de la indisciplina Obama no podía hacer otra cosa que cesarle. Al fin y al cabo, el presidente es también comandante en jefe del ejército y en el orden militar la cadena de mandos es esencial. Sin embargo, Obama sí podría haber hecho mucho más para evitar llegar a esta situación y, de paso, contribuir a ganar la guerra en Aganistán: básicamente dotar a Petraeus y a McChrystal, dos militares de reputada solvencia, con los medios que decían necesitar para vencer. Pero, desgraciadamente, los prejuicios ideológicos del presidente y de su vicepresidente les llevaron a preferir poner patas arriba la misión afgana a rectificar.

Por fortuna, Obama no ha optado finalmente por aprovechar el cese de McChrystal para finiquitar la guerra contra los talibán. El nombramiento de Petraeus para el puesto es una buena noticia, pero podría terminar sirviendo de poco si los intereses políticos siguen primando más que la lógica militar. Y ese sí es un cambio que Obama no quiere afrontar.

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