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EDITORIAL

Nace Unión, Progreso y Democracia

El izquierdismo trasnochado y el inopinado discurso anti-PP de algunos de sus líderes resultan inquietantes. Que la incoherencia de unos no sirva para ocultar la impostura de otros.

Arropados por un millar de simpatizantes y curiosos, Albert Boadella, Fernando Savater, Mario Vargas Llosa y Rosa Díez protagonizaron ayer en Madrid el acto fundacional de Unión, Progreso y Democracia (UPD), un partido que pretende aglutinar a los descontentos con la política de Rodríguez Zapatero y a los insatisfechos con algunas posturas del Partido Popular.

Entre los asistentes, Arcadi Espada, los diputados de Ciudadanos en el Parlamento de Cataluña, Mikel Buesa y numerosos rostros anónimos pero sin embargo conocidos para cualquiera que haya militado en el PSOE o en IU en los últimos años. En cuanto al acto, discursos brillantes aunque contradictorios entre sí.

El más atinado fue quien menos experiencia política posee, el dramaturgo Albert Boadella, cuya alocución combinó la defensa de la unidad de España –"cuando digo nación me refiero a España. Y punto."– con la denuncia irónica y punzante del estúpido maniqueísmo promovidos por buena parte de la izquierda española. Hubo referencias al laicismo –"Cuando me voy a dormir rezo un Padrenuestro en latín. ¿Soy de extrema derecha o fascista?"– y a la libertad económica –"Me gusta que haya ricos... cuantos más hay, más posibilidades tengo yo de serlo"-. Mensajes en clave liberal que suscribimos plenamente.

Rosa Díez hizo de la honradez, la regeneración de la democracia, la defensa del Estado de Derecho y la igualdad de los ciudadanos ante la ley el eje de una intervención intensa que coincide con lo que desde Libertad Digital llevamos defendiendo desde nuestro nacimiento, a menudo en soledad y siempre bajo las críticas feroces de los hasta hace poco compañeros de partido de Díez. Que desde la izquierda alguien se reivindique lo que para nosotros constituye el fundamento de una sociedad libre es una buena noticia.

Sin embargo, las intervenciones de Fernando Savater y del escritor Mario Vargas Llosa arrojan sobre el nuevo partido una sombra de sospecha que mina la credibilidad y el presunto talante moderado de UPD. En primer lugar, el énfasis de Savater en el intervencionismo estatal y el laicismo resulta demasiado cercano al discurso predominante en la izquierda oficial. Que el reforzamiento la enseñanza pública y laica se presente como remedio al nacionalismo resulta cuanto menos paradójico.

Aún más equívoco resultó Vargas Llosa, quien dedicó buena parte de su turno a retratar al PP como un partido poco amigo de los derechos humanos por su oposición al aborto libre y a denominar matrimonio a las uniones homosexuales, y extremista por no admitir "el laicismo, la sociedad laica, la separación entre Iglesia y Estado". Aparte de la extrañeza que produce la amalgama de conceptos como separación entre Iglesia y Estado y laicismo, algo que sólo puede obedecer a la ignorancia o a la mendacidad, que la defensa de los derechos humanos se base en el aborto libre deja a la gran mayoría de los partidos políticos europeos a la derecha de ese liberalismo que Vargas Llosa defiende.

En definitiva, aunque el manifiesto de UPD y algunos de sus mensajes son loables y están en sintonía con una postura política liberal y democrática, el izquierdismo trasnochado y el inopinado discurso anti-PP de algunos de sus líderes resultan inquietantes. Que la incoherencia de unos no sirva para ocultar la impostura de otros.

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