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EDITORIAL

Nadie gana en Francia

Si algo han confirmado los franceses es el hondo desencanto con su clase dirigente. Los dos candidatos que concurrirán a la segunda vuelta no llegan ni a un pobre 30 por ciento de los votos.

El resultado de la primera vuelta de las elecciones presidenciales francesas deja todo abierto y no permite anticipar si finalmente habrá cambio de inquilino en el Palacio del Elíseo. Frente a la pronosticado por algunos sondeos, la diferencia a favor del socialista, François Hollande, es tan escasa que bien haría la izquierda francesa en no cantar victoria antes de tiempo. Hollande  es lo peor que le podía pasar al país vecino y, por ende, al resto de Europa. 

Si algo han confirmado los franceses es el hondo desencanto con su clase dirigente.  Los dos candidatos que concurrirán a la segunda vuelta no llegan ni a un pobre 30 por ciento de los votos. La desafección de los ciudadanos hacia la política es un fenómeno creciente en Europa, que encuentra en la crisis económica el escenario más propicio para acentuarse. Es también el caldo de cultivo ideal para que calen los mensajes populistas de partidos como el Frente Nacional. Marine Le Pen ha devuelto a la extrema derecha francesa a los mejores resultados, con un apoyo similar al que le sirvió a su padre para colarse en la segunda vuelta de las elecciones celebradas hace diez años. Ese 20 por ciento de electores que ha votado al Frente Nacional tendrá la llave del Elíseo dentro de quince días. Un análisis simplista podría concluir que por afinidad ideológica esos votos serán para Sarkozy, pero si algo ha marcado la campaña de Le Pen es su enorme antipatía hacia el presidente francés.

Todos los estudios de opinión coinciden en la volatilidad del voto, muchos franceses han cambiado de opinión a lo largo de la campaña, y subrayan que el factor determinante está mucho más en el rechazo que generan los candidatos que en el entusiasmo, nulo, que puedan despertar. Así, la mayor parte de los votos de Hollande son contra Sarkozy y viceversa. Habrá que esperar para comprobar a quien odian más los seguidores de Le Pen.

Sarkozy llegó a la presidencia con un importante apoyo ciudadano. Su candidatura obtuvo el respaldo de amplios sectores de la sociedad francesa. Intelectuales procedentes de la izquierda como André Glucksmann veían en él una esperanza de regeneración, tras los turbios años del inefable Jacques Chirac. En cinco años Sarkozy parece haber dilapidado toda ese apoyo. Su explicación de que el resultado es un "voto de crisis" es en parte cierta, aunque no del todo. Como a todos los gobernantes, la mala situación económica le ha perjudicado. En Francia, además, un país muy dado al chovinismo, ha calado la idea de que el presidente está en permanente sumisión frente a Angela Merkel. Pero lo que no debería obviar Sarkozy es que no ha cumplido las expectativas de regeneración de la vida pública que había generado. Una lección de la que, en España, Mariano Rajoy tiene que tomar nota.

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