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EDITORIAL

Negociaciones frente a la "paz económica"

Israel ha optado por avanzar donde ha visto que se puede avanzar, y por más parciales que sean las mejoras económicas para alcanzar una solución, sin duda han logrado que la situación haya progresado notablemente.

En el año 2000, el Gobierno israelí liderado por Ehud Barak ofreció a los palestinos la práctica totalidad de sus exigencias a cambio de la paz. Eran concesiones con las que buena parte de su propio pueblo estaba en desacuerdo; a su entender iban demasiado lejos. Pero el Premio Nobel de la Paz Yasir Arafat la rechazó y montó su última guerra: la Segunda Intifada, que se llevó la vida de miles de personas, incluyendo unos 1.000 civiles israelís.

Desilusionados con la vía negociadora, Israel optó por tomar el toro por los cuernos y decidió desengancharse por su cuenta de los palestinos, construyendo una barrera de seguridad en Cisjordania y abandonando Gaza en 2005. Los activistas autodenominados propalestinos siempre habían culpado a la ocupación de la violencia que sufría Israel, pero sólo quien no quiere ver podría seguir manteniendo la misma conclusión después de la retirada de Gaza. Hamás ocupó el poder en la Franja y desde entonces se ha dedicado a aterrorizar las poblaciones más cercanas a base de misiles.

Los israelíes, en definitiva, están bastante desengañados tanto con las negociaciones como con las retiradas unilaterales. Por su parte, Abbas tiene poco que ofrecer, dado que no controla Gaza. Además, tanto Israel como Cisjordania están prosperando y viviendo un momento dulce, situación que muchos creen que sólo podría empeorar con un cambio en el statu quo. De modo que el proceso de paz recién iniciado no parece tener muchas perspectivas de fructificar, ni tampoco parece que las consecuencias de un fracaso fueran tan graves como las de Camp David.

Lo único seguro es que para la casi totalidad de la prensa española el culpable de los fracasos del diálogo será Israel y los padres de los éxitos serán los palestinos. No hay más que contemplar el lamentable enfoque de los últimos días, en los que los asesinatos terroristas parecen tener menos importancia que los asentamientos.

Netanyahu llegó al poder con el proyecto de alcanzar la "paz económica", la idea de que según prospere la sociedad palestina, menos interés tendrá en el enfrentamiento y más en la convivencia. Ha dado muchos pasos en esa dirección, incluyendo la eliminación de la mayoría de los puntos de control que reforzaban la seguridad pero perjudicaban la economía. Sin embargo, es cierto que en 1987, cuando estalló la primera intifada, esa "paz económica" ya se había alcanzado. No obstante, la opinión pública en Israel ha cambiado mucho desde entonces, y con un interlocutor moderado por la prosperidad estaría más que dispuesta a apoyar una retirada y la creación de un Estado palestino en Cisjordania.

Este plan es un hilo frágil que puede romperse en cualquier momento, pero que aún así cuenta con mejores perspectivas que las conversaciones que Obama ha forzado entre Abbas y Netanyahu. Sigue demasiado viva la ilusión de solucionar todos los problemas de un plumazo, mediante una sola negociación exitosa. Israel, en cambio, ha optado por avanzar donde ha visto que se puede avanzar, y por más parciales que sean las mejoras económicas para alcanzar una solución, sin duda han logrado que la situación haya progresado notablemente. Las negociaciones tendrán éxito si y sólo si no intentan abarcarlo todo y se limitan a llegar a acuerdos allí donde pueda hacerse. Desgraciadamente, es dudoso que Obama, ansioso por pasar a la historia como muñidor de la paz en Oriente Medio, se conforme con eso.

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