Menú
EDITORIAL

Ni unitaria ni multitudinaria

Los madrileños que de verdad están por la derrota de la ETA han entendido perfectamente cuál era la intención del PSOE y sus satélites olvidándose de un tinglado gubernamental, de puro compromiso y repleto de palabrería hueca.

La concentración en repulsa del último atentado de la ETA en la plaza de la Independencia de Madrid ha venido a demostrar de modo fehaciente e inequívoco que la clase política –la misma que, durante el brevísimo acto, se parapetaba tras un férreo cordón policial– y la sociedad civil están a años luz de distancia. Mientras la manifestación del pasado 24 de noviembre fue un clamor popular que llenó durante casi toda la tarde amplias avenidas de Madrid como la calle Santa Engracia, la calle Génova o la plaza de Colón, la concentración del lunes con dificultades se extendió los 300 metros escasos que separan la Puerta de Alcalá de la Cibeles.

Lo forzado de la convocatoria, el miedo de los socialistas a recibir abucheos y la ausencia de organizaciones que, como la AVT o el Foro Ermua, más se han significado en la rebelión cívica contra la negociación marcaron el nulo éxito de una concentración que, inspirada desde el oficialismo, buscaba salir del paso del modo más rápido posible. Los madrileños que de verdad están por la derrota de la ETA, curtidos en una legislatura de protesta y desesperanza, han entendido perfectamente cuál era la intención del PSOE y sus satélites olvidándose de un tinglado gubernamental, de puro compromiso y repleto de palabrería hueca.

Porque lo cierto es que, dejando a un lado los errores de rotulación de Televisión Española, el manifiesto leído junto a la Puerta de Alcalá no ofrece más que las buenas y volátiles palabras a las que es tan afecto el zapaterismo. A la ETA no se la derrotará con una tonelada de corrección política, sino con determinación y ciertos conceptos bien claros en la cabeza de nuestros gobernantes. Así, por ejemplo, seguir a estas alturas pidiendo la "paz" es seguir utilizando el mismo lenguaje que habla el entorno proetarra. Ni el País Vasco ni, mucho menos, en el resto de España padecemos guerra alguna. Lo que sí que padece la nación es una lacra terrorista que va para medio siglo. Esto lo entiende cualquiera que quiera realmente poner al terrorismo contra las cuerdas y es, al contrario, difícil de asimilar para los que creen que para este conflicto existe una salida dialogada.

Los pistoleros que acabaron con la vida de Raúl Centeno no sólo carecen de la más mínima intención de dialogar, sino que, aunque la tuviesen, no serían interlocutores válidos, pues una democracia, un Estado de Derecho, no puede y no debe sentarse jamás en la misma mesa de un asesino. Estos son los principios, principios que, desgraciadamente, no comparte el Partido Socialista. Y con él casi toda la izquierda española, presa del mito del terrorista dialogante y razonable o, en el peor de los casos, sospechosamente atenta a las demandas de los criminales.

Es por ello que, según están las cosas, no sea posible una muestra unitaria y creíble de rechazo a la ETA. Las varas de medir el problema terrorista son, hoy por hoy, tan diferentes que ni esta ni cualquier otra concentración en el futuro vendrá acompañada del espíritu que sería deseable en las circunstancias que vivimos. Es preciso que la izquierda abandone sus ensoñaciones infantiles y que plante cara al terror etarra con el mismo celo que persigue sus fantasmas de una ultraderecha casi inexistente pero que, curiosamente, a socialistas y comunistas se les antoja ubicua. Sólo eso hará posible que, de una vez por todas, el Gobierno tome las medidas que hay que tomar ilegalizando a los brazos políticos de la banda y recluyendo bajo siete llaves cualquier proyecto de diálogo, es decir, de rendición.

En España

    0
    comentarios