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EDITORIAL

No les debemos nada

Zapatero, afortunadamente, ya no está. Por desgracia, no podemos decir lo mismo de Patxi López, que parece empeñado en seguir despejando el terreno a los asesinos y sus secuaces y en desairar a los españoles de bien con su discurso suicida y entreguista.

Decenas de miles de personas salieron el sábado a la calle en Bilbao en defensa de los presos de la banda terrorista nacionalista ETA, ese cáncer que lleva cuarenta años pudriendo la sociedad vasca. Convocadas por el colectivo Egin Dezagun Urratsa ("Demos un paso"), pidieron que los presos de la banda, que no han expresado el menor arrepentimiento por sus crímenes sin cuento, vuelvan al País Vasco "con todos sus derechos". Asimismo, hicieron un llamamiento a la fantasmagórica Euskal Herria para que se implique "de manera activa en la expansión del sufrimiento de los presos vascos en todo el mundo". Eso de la "expansión del sufrimiento" tiene macabras resonancias en la "socialización del sufrimiento" de la ponencia Oldartzen ("embistiendo") de los años 90, defendida en el seno de HB por Rufino Etxeberria, y que se tradujo en una mortífera campaña contra periodistas, jueces y políticos. Etxeberria, por cierto, fue uno de los asistentes a esa manifestación de la infamia.

ETA y su entorno dieron en Bilbao la enésima prueba de que el terrorismo nacionalista no está muerto ni derrotado, sino rozagante, gracias a las resonantes victorias que, en lo electoral como en lo político y lo propagandístico, viene cosechando desde que el peor presidente que haya padecido España en democracia, el socialista José Luis Rodríguez Zapatero, decidiera resucitarlos, hace ya ocho años.

Zapatero, afortunadamente, ya no está. Por desgracia, no podemos decir lo mismo de Patxi López, presidente vergonzante del Gobierno autonómico vasco, que parece empeñado en seguir despejando el terreno a los asesinos y sus secuaces y en desairar a los españoles de bien con su discurso suicida y entreguista. Con palabras de niñato asambleario, después del aquelarre proetarra de Bilbao López ha clamado que "otra política penitenciaria es posible"; en parecidos términos se ha expresado también Íñigo Urkullu, presidente del PNV, ese partido que tanto daño ha hecho a España recogiendo las nueces tras cada sacudón del terrorismo nacionalista.

Así las cosas, conviene que Mariano Rajoy repita tantas veces como sea necesario lo que dijo en el Parlamento cuando hubo de dirigirse por primera vez a los representantes de la coalición liberticida Amaiur: los españoles no debemos nada a los asesinos ni a sus secuaces; y actuar en consecuencia: se trata de seguir persiguiendo a los criminales, de hacer cumplir la ley, de atender y honrar a las víctimas del terrorismo... y de tomar la iniciativa en los terrenos político y simbólico, para que sepan que somos más y somos mejores, como dijo el hijo de Tomás y Valiente cuando asesinaron a su padre. Ahora más que nunca, se trata de apostarlo todo por la combinación España y Libertad.

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