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EDITORIAL

Rajoy no quiere escuchar

No hay duda de que los afiliados seguirán hablando, aunque nos tememos que la sordera de Rajoy sea ya un hecho irreversible.

La sucesión de acontecimientos motivados por la crisis del Partido Popular indica que el PP es una organización más dinámica de lo que a algunos de sus líderes les gustaría. Las abundantes críticas contra la línea adoptada por Rajoy y las quejas de sus afiliados, que según el caso han optado por alzar su voz o dejar el partido, demuestran que pese a su estructura fuertemente jerárquica, muchos afiliados y militantes no están dispuestos a que sus principios sean olvidados en aras de una extraña táctica que consideran fraudulenta.

A escasas cuatro semanas de la celebración de su próximo congreso, los actuales dirigentes del partido se las han arreglado para crear en torno a ellos un ambiente de desconfianza, cuando no de rechazo, materializado hace dos días en la manifestación espontánea de cientos de afiliados de base ante la sede del partido en Madrid. Los manifestantes reprendieron duramente al líder y a su entorno y reivindicaron a María San Gil, penúltima víctima de este contraproducente giro a ninguna parte protagonizado en las últimas semanas por los partidarios del presidente del PP. La reacción de Rajoy, que prefirió mirar a otro lado y decir que las protestas no iban dirigidas a él, sorprende por su puerilidad y falta de visión.

Si bien es cierto que el aumento de votos del PP se ha debido a la transferencia de votantes del PSOE y que el espectro ideológico de los populares es más amplio que el socialista, esto no justifica que de la noche a la mañana Mariano Rajoy opte por adentrarse en el espacio político de Rodríguez Zapatero y de los nacionalistas confiando en que la falsa simpatía que este movimiento pueda concitar entre los medios afines a la izquierda le reporte apoyos entre los votantes que se autodefinen como de izquierdas.

Más bien sucede lo contrario. Si a pesar de la campaña de estigmatización que los populares han sufrido en los últimos años, el PP es el partido que más se parece a los españoles y el que más votos recibe de los considerados "centristas", esto se debe a que sus principios son los que más se acercan al sentir de la gran mayoría. Renunciar a ellos apelando a la conveniencia electoral no sólo no les ayudará –el cinismo de los políticos no suele ser muy valorado por los ciudadanos– sino que además le restará la adhesión de millones de personas que confían en que el PP se enfrente con valentía a los envites que a diario sufre la democracia española por parte de quienes han dejado más que claro que no creen en ella.

Por otra parte, ¿acaso piensa Rajoy que su luna de miel con el Grupo Prisa durará eternamente? No es la primera vez que los populares, o algunos de sus dirigentes, han llevado a cabo tácticas de acercamiento a la izquierda. Tras la caricia siempre viene la coz, el ataque por la espalda y el discurso falaz que anatematiza al Partido Popular como formación radical y antidemocrática. Ocurrió el pasado y volverá a pasar en el futuro, tal vez en el momento más inoportuno para los intereses de la actual dirigencia del PP.

Por tanto, nada excusa un comportamiento que algunos de los congregados el viernes en la calle Génova llegaron a calificar de "traición". No hay duda de que los afiliados seguirán hablando, aunque nos tememos que la sordera de Rajoy sea ya un hecho irreversible. Que en este contexto se permita aleccionar sobre la unidad no suena sino a broma de mal gusto. La cosa no está para chistes.

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