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EDITORIAL

Rajoy o la supervivencia del PP

Con unas reñidas elecciones autonómicas a la vuelta de la esquina, el liderazgo de Rajoy es una de las mayores amenazas a las que se enfrenta el PP.

Mariano Rajoy insistió este lunes en que no hará ningún cambio ni en el Ejecutivo ni en el Partido Popular porque, a su juicio, "ambos están funcionando muy bien". Ajeno al pavoroso descenso del PP en todos los estudios demoscópicos y al rechazo que su política y él mismo provocan en el electorado, Rajoy ha decidido enrocarse a fin de preservar su poder y el de la camarilla de la que se ha rodeado, encabezada por la inefable Soraya Sáez de Santamaría.

El PP lleva camino de convertirse en un triste remedo del partido que aglutinó a su alrededor a amplísimas capas de la sociedad, al punto de obtener una resonante mayoría absoluta en 2011. La crisis económica y la pérdida de credibilidad de las instituciones democráticas a consecuencia de los espectaculares casos de corrupción que se han ido conociendo exigen iniciativas y cambios que, a la vista está, Rajoy no tiene la menor intención de acometer.

En una situación de inmovilismo político, sin nuevas opciones electorales en perspectiva con mínimas garantías de triunfo, la actitud de Rajoy seguiría siendo intolerable, pero podría tener alguna explicación en términos utilitaristas. En los momentos actuales, con la irrupción de nuevas fuerzas que amenazan muy seriamente el statu quo de las últimas décadas, hacen falta altas dosis de ceguera o de egoísmo para fiar la suerte del primer partido de España al destino del líder político que más rechazo provoca entre los electores.

El PP no se ha sido nunca un partido simpático. De hecho, sus líderes han tenido tradicionalmente una imagen escasamente atrayente para los electores menos comprometidos con sus siglas. Ahora bien, lo que suplía con creces esta dificultad en la comunicación política era su defensa berroqueña de unas ideas ampliamente compartidas y la decisión de ponerlas en práctica una vez en el Gobierno.

Con Rajoy, el Partido Popular sigue teniendo un líder antipático al frente de una maquinaria con graves dificultades comunicativas que, además, ha llevado a cabo una política contraria a los principios que siempre ha defendido en asuntos tan vitales como la moderación del gasto público, la fiscalidad, la lucha antiterrorista o la defensa de la igualdad de todos las españoles contra las pretensiones separatistas.

Llegados a este punto, con unas elecciones autonómicas y locales a la vuelta de la esquina que pueden suponer un varapalo espectacular, el liderazgo de Rajoy es una de las mayores amenazas a las que se enfrenta el PP en el futuro inmediato. Los barones regionales más destacados han comenzado a mostrar su protesta con calculada ambigüedad, que quedará laminada por el espectáculo de varios centenares de altos cargos del partido aplaudiendo a su líder en el marco de la Junta Directiva Nacional que Rajoy ha convocado para hacer gala de unidad.

Pero estas escenas de adhesión inquebrantable de los que viven de unas siglas y deben su puesto al líder difícilmente van a cambiar la opinión que los otrora votantes del Partido Popular tienen de Rajoy. La eclosión de un partido como Ciudadanos, cuyo atractivo para el votante tradicional del PP es incuestionable, pone todavía más de manifiesto el peligro de que el hasta ahora primer partido de España pase de la mayoría absoluta en la mayoría de instituciones a una situación de marginalidad.

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