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EDITORIAL

Rivera acorrala a Sánchez y gana el debate

Casado tendrá que mejorar en el debate de este martes para convencer al electorado de que él es el rostro de la alternancia.

Albert Rivera ganó claramente el debate a cuatro celebrado anoche en TVE. Un debate en el que Pablo Casado estuvo muy deslucido, Pedro Sánchez confirmó ser un pésimo polemista y Pablo Iglesias, disfrazado de indignado residente en Vallecas, jugó sin vergüenza la baza constitucionalista, cuando no ha hecho otra cosa que atacar la Carta Magna desde los no tan lejanos días en que acudía encantado a dar charlas en antros de la denominada "izquierda abertzale".

El candidato de Ciudadanos salió a por todas desde el minuto uno. Defendió sin el menor complejo la necesidad de derrotar al golpismo separatista y de acabar con el permanente chantaje nacionalista a los Gobiernos de la Nación. Rivera se mostró implacable con un desarbolado Sánchez por su alianza con los supremacistas, y hasta le recordó de la manera más gráfica posible su infame conchabeo con el indeseable Torra, que habla de los españoles en términos de un racismo extremadamente repugnante, para que le perdonara la vida política y le permitiera sacar adelante los Presupuestos. Asimismo, el líder de Ciudadanos afeó al socialista sus hipócritas apelaciones a la igualdad cuando no ha hecho otra cosa, con su entrega a las fuerzas que buscan la implosión de la Nación, que cebar la más injustificable de las desigualdades, la que pretende dividir a los españoles en ciudadanos de primera y de segunda en función de su lugar de residencia.

Pedro Sánchez, sí, ofreció un espectáculo bochornoso, en línea con su pésima condición de gobernante. Incómodo, torpe, incapaz de hilvanar un discurso de hombre de Estado, recurrió a latiguillos baratos y a un discurso de ominosas resonancias zapaterescas para presentarse como el gran cacique del momento, dispuesto a gastarse lo que no hay con tal de encumbrarse sobre ingentes cantidades de voto subvencionado. Sánchez de hecho sólo se vino arriba cuando empezó a sacudir a un desconocido Pablo Casado, que le dejaba hacer sin defenderse ni defender a uno de los grandes activos del actual PP, una Cayetana Álvarez de Toledo a la que el cobarde e indigno doctor pretendió denunciar como una suerte de peligro público para las mujeres. Incomprensiblemente, Casado hasta dejó que Sánchez hiciera sangre con el tema de la corrupción sin contraatacar de manera contundente con el pavoroso historial del PSOE, especialmente el del ominoso régimen socialista andaluz, que sólo ahora, 40 años después, está pudiendo ser desmontado, precisamente por un Gobierno liderado por el PP en coalición con Ciudadanos. Rivera en cambio sí puso a Sánchez frente a su responsabilidad en la corrupción andaluza, y le instó a dimitir en el caso de que la Justicia marque indeleblemente a su partido con sentencias condenatorias.

El líder de Ciudadanos tendió la mano a Casado para ahormar un Gobierno constitucionalista, a imagen y semejanza del andaluz –que también necesitará del apoyo de Vox, el gran ausente del debate–, apelando a la imperiosa necesidad democrática de mandar a la oposición al presidente felón y a sus socios golpistas y neocomunistas.

En cuanto a Iglesias, el tantas veces proclamado antisistema Pablo Iglesias, se las quiso dar de campeón de una Constitución que desprecia visceralmente y llamó al "diálogo, diálogo y diálogo" con los golpistas catalanes, sin dejar de proclamar el carácter plurinacional de una España a la que quiere sometida a los designios de quienes se han juramentado para destruirla. En el colmo del patetismo, mendigó estar unos años en el Gobierno con un discurso sentimentaloide de asamblea universitaria de tercera. Como vino a decir Rivera, lo que le faltaba a España es un Gobierno con el potentado comunista en funciones de vicepresidente del doctor fraude Sánchez.

Sánchez está dispuesto a todo con tal de que Iglesias, Torra, Otegi, Rufián y demás ralea lo mantengan en la Moncloa. Casado, teóricamente su principal rival, tendrá que mejorar en el debate de este martes para convencer al electorado de que él es el rostro de la alternancia. Rivera, desde luego, ha dejado meridianamente claro que no tiene la menor intención de conformarse con ser el tercero en discordia.

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