El batacazo monumental de la izquierda en las elecciones andaluzas llevaría a cualquier socialista sensato –si es que queda alguno– a moderar su mensaje y dejarse de alianzas con proetarras, separatistas y comunistas. Sin embargo, Pedro Sánchez es un personaje que ha hecho de la huida hacia delante su manera de estar en la política, porque lo único que le interesa es mantenerse en el poder tanto tiempo como sea posible. Su decisión de acelerar la aprobación de las normas más sectarias que todavía le quedan al Gobierno en la recámara confirma que está dispuesto a todo con tal de que sus socios lo mantengan en la Moncloa hasta agotar esta atroz legislatura.
Así se explica, por aberrante ejemplo, que quiera aprobar en los próximos meses una nueva vuelta de tuerca a la infame Ley de Memoria Histórica, con la que Zapatero dinamitó los consensos de la Transición y resucitó viejos odios cainitas para tratar de deslegitimar política y moralmente a la mitad de los españoles.
Los propios socialistas saben de sobra que la debacle andaluza tiene como causa muy principal el descrédito del sanchismo, al que el electorado andaluz ha propinado un muy merecido voto de castigo, anticipo contundente de lo que puede ocurrir en las próximas autonómicas y municipales. Frente a esa realidad, percibida con nitidez por los barones que se enfrentan a las urnas en menos de un año, Sánchez y su camarilla, integrada por personajes tan impresentables como Adriana Lastra, han decidido enrocarse y tratar de convencer al personal de que lo del domingo fue un mero incidente que no puede extrapolarse al ámbito nacional.
Sánchez es garantía del hundimiento calamitoso del PSOE, que cuenta por derrotas espectaculares todas las elecciones que han tenido lugar en la presente legislatura. El suplicio al que está sometiendo el presidente del Gobierno a su partido está muy lejos de haber acabado, a tenor de sus primeras decisiones tras la derrota en Andalucía. El felón de la Moncloa se ha echado al monte de la insensatez y le da igual que ello se pueda traducir en derrotas socialistas igual de dolorosas en lugares como la Comunidad Valenciana, Aragón, Extremadura o Castilla-La Mancha.
O los barones socialistas que se juegan la poltrona en once meses reaccionan y ponen coto a los desmanes de Sánchez, o su futuro no será mucho más promisorio que el del zombificado Juan Espadas.