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EDITORIAL

Socialistas y comunistas, a cara de perro por el control de la industria del feminismo

Para vergüenza de Pablo Iglesias, el Gobierno ha intervenido 'de facto' el ministerio de la ignara Irene Montero.

Las parcas conmemoraciones feministas de este año –consecuencia de la pandemia del coronavirus– se han desarrollado en medio de una fuerte polémica dentro del propio Gobierno social-comunista, cuyas facciones mantienen una lucha nada soterrada por el control de la industria feminista.

Hasta ahora, el feminismo radical dirigía sus ataques de forma monolítica contra los partidos liberal-conservadores, pese a que los dirigentes de estos se desvivián y desviven por ser aceptados en el consenso feminista liberticida; por supuesto, en vano. Esta vez, en cambio, han abundado las tensiones entre las fuerzas izquierdistas que ocupan el Gobierno, dispuestas a todo con tal de seguir manejando a las organizaciones pantalla que ceban con el dinero del contribuyente.

El fiasco colosal del ministerio de la ignara Irene Montero, cuya ley estrella –conocida como la del “solo sí es sí”– ha sido rechazada por todos y cada uno de los integrantes del Consejo General del Poder Judicial, al margen de ideologías, ha puesto a los podemarras frente al espejo de su pavorosa incompetencia, algo que ya habían demostrado sobradamente en la gestión de la pandemia.

Con un atrevimiento solo al alcance de los ignorantes más desquiciados, Montero pretende aprobar otro engendro legislativo para posibilitar la aplicación de peligrosos tratamientos hormonales a menores de edad a través de su proyecto de Ley de Transexualidad. El despropósito es tan formidable que en el propio Gobierno han puesto freno a los tóxicos afanes de la podemarra y su cohorte de asesoras-niñera, hasta el punto de que, para vergüenza de Pablo Iglesias, el Gobierno ha intervenido de facto el departamento de su pareja, a fin de evitar a la coalición otro ridículo legislativo monumental.

Pero nada de esto refrena los afanes de PP y Cs por hacerse perdonar su condición y ser aceptados, aun en condición de dhimmies, en un cotarro corrupto e inquisitorial. Solo Vox se niega a participar en estos aquelarres totalitarios cuyo único objetivo es criminalizar a la mitad de la población y a los partidos que no comulgan con la basura ideológica que promueve la izquierda con el aberrante pretexto de una igualdad que en España es una clamorosa realidad.

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