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EDITORIAL

Solbes o Sebastián

La vanidad y el ansia de poder de uno y otro marcarán buena parte de la legislatura hasta que, como hace un año, uno de los dos prevalezca.

Desde que Zapatero es presidente –y ya van cuatro años– no ha existido una política económica clara y definida. Mostrando a Solbes como señuelo, nada más llegar a la Moncloa en 2004 creó una asesoría económica dentro del palacio capitaneada por su amigo Miguel Sebastián. Las querellas entre el ministro de Economía y el asesor de lo mismo fueron sonadas hasta que, en 2007, Zapatero se quitó de en medio al asesor dando preferencia al ministro. A Sebastián le reservó, a modo de agradecimiento por los servicios prestados, un batacazo electoral histórico frente a Alberto Ruiz Gallardón en las elecciones municipales.

Eso hasta este sábado, en el que los designios de Zapatero han vuelto a juntar a ambos y mal avenidos prohombres del socialismo español. El balance de Solbes al frente de Economía consiste, esencialmente, en no haber hecho nada durante cuatro años. Apoltronado sobre la herencia que recibió de los Gobiernos del PP no ha emprendido una sola reforma digna de tal nombre. Mientras, la llave del gasto público se ha ido abriendo ligera pero constantemente en cada ejercicio. Como resultado tenemos un panorama complicadísimo que, conforme vaya avanzando el año, se irá cobrando su tributo en desempleo e inflación. Después vendrán los mil problemas derivados de la inactividad y el crecimiento cero.

Solbes tiene una nueva oportunidad para deshacer el camino andado. Si le dejan y si realmente cree que las reformas estructurales que precisa la economía española son realmente necesarias. Por un lado, no es probable que tenga las manos libres en un Gobierno socialista muy dado a la ensoñación voluntarista y poco amigo de enfrentarse a la crudeza de los números rojos que se avecinan. Por otro, Pedro Solbes es un socialdemócrata de manual a pesar del inexplicable aura de "mago de las finanzas" que le rodea. A su favor podría decirse que, habida cuenta de la nula formación económica del presidente, le ha tocado ser el tuerto en un reino de ciegos.

En lo que toca a Sebastián, su oficina económica monclovita fue un nido de intrigas palaciegas donde se gestaron las operaciones de Sacyr y de Endesa. Ambas, como es bien sabido, de dudosa moralidad política y nefastas para la imagen de España en el extranjero. Si a ese currículo le sumamos el numerito electoral, todo hace suponer que Sebastián será un ministro de Industria pésimo pero difícil de olvidar. Sebastián va a tener a su cargo una cartera fundamental en la coyuntura en la que España se encuentra ahora. Liquidado por derribo el modelo de crecimiento anterior –construcción, deuda y demanda interna–, en su ministerio se las tendrán que arreglar para que lo que venga despegue sin contratiempos.

Pero Sebastián no es precisamente hombre de dejar hacer, sino todo lo contrario. Su pasado de intromisiones y enredos le delata. Tiene, además, como su compañero Solbes, la típica tentación socialdemócrata de gastar, y todavía queda algo en la caja. Lo más plausible es que trate de parchear la crisis con medidas intervencionistas que en un par de años darán el toque de gracia a la economía. Entonces vuelta a empezar, como en el 95. Ajuste radical, congelación de salarios y recortes sin contemplaciones. Porque en esta crisis, a diferencia de las anteriores, ni Zapatero, ni Solbes, ni Sebastián tienen en la mano la política monetaria, socorrido recurso devaluador que González utilizó con profusión para reanimar in extremis a una economía moribunda.

En lo que llegamos a ese momento cumbre de la crisis, el duelo entre Miguel Sebastián y Pedro Solbes promete ser antológico. La vanidad y el ansia de poder de uno y otro marcarán buena parte de la legislatura hasta que, como hace un año, uno de los dos prevalezca. Entretanto, habremos de prepararnos para lo peor porque, como bien dice el refrán popular, reunión de pastores, oveja muerta.

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