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EDITORIAL

Strauss-Kahn y la doble moral de la izquierda

Un ejemplo palmario de esta escandalosa doble vara de medir es la deslegitimación sistemática del Gobierno de Silvio Berlusconi

Si algún mensaje ha creído extraer la izquierda de la actual crisis económica, es que resulta necesario incrementar los poderes de los supervisores y de los reguladores nacionales y foráneos. Por eso siempre es sano desconfiar de la acumulación de poder: no sólo porque cuanto más concentrado esté éste, más complicado será tomar decisiones correctas, sino por los riesgos que existen para la libertad derivados de su corrupción y abuso.

La reciente detención de Dominique Strauss-Kahn por intento de violación muestra, de nuevo, los problemas intrínsecos de acopiar demasiado poder en demasiadas pocas manos. Más allá de la opinión que nos merezca el rescate indiscriminado de países potencialmente insolventes como Grecia, Irlanda o Portugal, lo cierto es que no tiene mucho sentido que una operación de tamaña envergadura dependa en gran medida de que el presidente del FMI prosiga en su cargo. Al cabo, desde que el domingo se conoció la noticia hasta que ayer la Unión Europea y el Fondo ratificaron el rescate luso, el temor, compartido por numerosos analistas y medios de comunicación internacionales, era que éste peligrara, al ser Strauss-Kahn uno de sus más firmes defensores.

Por supuesto, la izquierda nunca admitirá la conveniencia no de concentrar el poder, sino de dispersarlo entre numerosos agentes económicos: familias, empresas, administraciones de menor tamaño... Y es que su agenda no tiene demasiado que ver con lograr la estabilización y la prosperidad de nuestras sociedades, sino con expandir el poder del Estado.

Claro que nada de esto debería sorprendernos. Salvando las distancias, se trata de una hipocresía muy parecida a la que esa misma izquierda exhibe en materia de moral. Mientras que al republicano Paul Wolfowitz lo forzó a dimitir de la presidencia del Banco Mundial por contratar a su novia y subirle el sueldo, con Strauss-Kahn rápidamente ha blandido la importancia de la presunción de inocencia para evitar su cese. Parece que el nepotismo es asunto menos grave que una violación o, más bien, parece que a la izquierda debe tolerársele todo aquello que se censura de la derecha.

Un ejemplo palmario de esta escandalosa doble vara de medir es la deslegitimación sistemática del Gobierno de Silvio Berlusconi que, al cabo, ha sido elegido directamente por los ciudadanos italianos y cuyas conductas privadas, nada edificantes desde luego, no alcanzan la gravedad de un delito de intento de violación, como el que se imputa al todavía presidente del FMI. 

En cualquier caso, es obvio que Strauss-Kahn debería dimitir lo antes posible para que otra persona con un historial mucho más intachable y con una cabeza mejor amueblada inicie la siempre pendiente reforma del FMI. A la postre, desde la suspensión de Bretton Woods a principios de los 70, esta institución sigue sin haber encontrado su lugar y su cometido en la arquitectura del sistema financiero internacional. Sólo le falta que este tipo de escándalos terminen por mancillar aún más su cuestionado nombre.

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