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EDITORIAL

Trasvases y espectáculos

El presidente aragonés nos dedica un nuevo espectáculo como es su petición al Gobierno de que pare eso que antes era, luego dejó de ser y ahora vuelve a considerarse un "trasvase"

Desde poco antes de las elecciones, la cuestión el trasvase del Ebro, más que controversias o debates, lo que provoca son espectáculos. Espectáculo propio de esa desfachatez que caracteriza a los socialistas fue ver cómo Zapatero llevaba a gala su negativa al trasvase, oposición que anteriormente simplemente conllevaba como un vergonzante peaje a los nacionalistas que le sostenían en el poder. También fue un espectáculo, sólo que propio de los complejos del PP, el ver a Rajoy en televisión avergonzarse y casi ocultar su otrora orgulloso apoyo al trasvase del Ebro, eje fundamental de su reivindicado Plan Hidrológico Nacional.

Con posterioridad a las elecciones, y con ocasión de la acuciante demanda de agua en Barcelona, el espectáculo fue la imaginación y creatividad de los socialistas destinada a convencernos que el trasvase no era un trasvase. Dentro de este último, merece especial interés el inconcluso papelón que ha tenido y tiene que seguir protagonizando el presidente de Aragon, Marcelino Iglesias.

'Si mi partido cambiase de posición y apoyara el trasvase del Ebro, yo no podría estar ni un minuto más, ni un segundo más en el Pignatelli [sede de la presidencia del Gobierno de Aragón]." Se trata de una afirmación literal hecha por Iglesias hace unos años que ahora ha forzado al presidente de Aragón a protagonizar el papel más vergonzoso en todo este lamentable esperpento. Así, y al conocerse las intenciones de Montilla, Iglesias se opuso tajantemente al trasvase; tras ceder Zapatero ante el presidente catalán, el aragonés se retractó e hizo suya la tesis de que trasvasar agua del Ebro a Cataluña no era un trasvase. Ahora, y a la vista de las precipitaciones de los últimos días en Cataluña, el presidente aragonés nos dedica un nuevo espectáculo como es su petición al Gobierno de que pare eso que antes era, luego dejó de ser y ahora vuelve a considerarse un trasvase. Eso, por no hablar del recurso contra el decreto-ley del Gobierno ante el Constitucional, cuando aquí lo único inconstitucional que hay son los estatutos de autonomía que pretenden apropiarse de las aguas de los ríos que atraviesan sus comunidades. Claro que más vale recurrir que dimitir.

Lo dicho. Todo un espectáculo, al que hay que sumar el de las desaladoras y el de los buques cisterna, mientras el Ebro sigue ofreciendo el espectáculo de verter y desperdiciar en el mar cien veces más agua dulce que la que reclama la España seca.

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