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EDITORIAL

Treviño como síntoma

Una multitud de fronteras divide España y a los españoles, y caer de un lado o del otro puede significar verse envuelto en una tragedia.

Más allá de las responsabilidades que puedan establecer las investigaciones en curso, la desgraciada muerte de una niña de tres años en el Condado de Treviño es una muestra clara del disparate que en muchos ámbitos está suponiendo el estado autonómico.

Una multitud de fronteras divide España y a los españoles, y caer de un lado o del otro puede significar verse envuelto en una tragedia, como ha ocurrido en este caso.

La Sanidad es uno de los campos en los que esta división es más aberrante, pero no el único: asuntos como la gestión de incendios forestales –el fuego sí que no entiende de fronteras administrativas- o de espacios naturales como los Parques Nacionales son también una muestra habitual de las ridiculeces autonomistas a las que se puede llegar en España. Y eso sin entrar en temas como la educación o la unidad de mercado en los que el sistema autonómico ha sido un verdadero cáncer.

Y todo sin las ventajas que podría tener un sistema federal racional y ordenado: la responsabilidad en la recaudación de impuestos y el gasto de las administraciones autonómicas, la competencia fiscal, una distribución clara de las competencias administrativas…

Es posible que lo ocurrido en el Condado de Treviño se hubiese podido evitar con unos protocolos claros de actuación o, simplemente, con una actitud distinta en algunas personas concretas, pero lo que está claro es que algo falla en un sistema en el que son posibles estos errores de tan trágicas consecuencias.  

Por otro lado, ha resultado especialmente repugnante –una vez más- la actuación del PNV en este caso, especialmente las declaraciones del diputado Emilio Olabarría, que ha aprovechado la muerte de la pequeña para reivindicar la anexión del Condado de Treviño al País Vasco, un viejo sueño del nacionalismo.

Pese a que después se ha desautorizado a Olabarría y él mismo ha pedido disculpas, su reacción ha recordado demasiado las viejas costumbres de un partido que ha pasado décadas "recogiendo las nueces" no de una, sino de centenares de muertes.

Ese sectarismo partidista y regionalista es otra muestra más de un sistema que nos hace desentendernos de otro español sólo porque viva unos kilómetros más allá y que, lamentablemente, ha servido para que a cada "nosotros" se contrapongan, en no pocas veces con odio, dieciséis “ellos”.

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