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EDITORIAL

Un año de inútil entreguismo a los Castro

Lamentablemente Obama considera, como sus colegas europeos, que la mejora en las relaciones con los dirigentes de las dictaduras produce un alivio proporcional en el sufrimiento de quien las padece de forma directa. No es así, sino al contrario.

Las expectativas despertadas tras la llegada de Obama a la Casa Blanca, especialmente en política exterior, tuvieron su reflejo en la reforma de las relaciones de los Estados Unidos con Cuba. Una de las primeras medidas de la administración Obama respecto a la república caribeña fue eliminar las restricciones para los viajes a la isla de los cubanos residentes en Estados Unidos, y al envío de remesas monetarias a los familiares de la penitenciaría gobernada por los hermanos Castro.

Estas medidas adoptadas por Obama fueron saludadas con satisfacción por los cubanos de Miami y La Habana, así como por la clase política europea, y especialmente la española, que vieron en este giro de la política exterior estadounidense con respecto a la dictadura marxista cubana un nuevo camino para “profundizar en las reformas democráticas del régimen”, eufemismo muy del agrado de los políticos neoizquierdistas, utilizado para referirse a un proceso que ni ha empezado ni tiene visos de comenzar hasta que desaparezcan los Castro.

Pues bien, si alguien pensaba que este mayor aperturismo en las relaciones con Cuba iba a tener como contrapartida alguna compensación en términos de libertad para los cubanos, sólo tiene que escuchar al presidente de la Comisión Cubana de Derechos Humanos y Reconciliación Nacional. Elizardo Sánchez demuestra, con datos y cifras contrastadas, que la represión en Cuba, lejos de aligerar su peso sobre la población, ha aumentado a lo largo de este año más de lo que lo hizo en 2008. Centenares de detenciones ilegales, algunas de ellas tan sonadas como la de la bloguera Yoani Sánchez, y el aumento sostenido del número de presos políticos es la respuesta de la dictadura marxista más antigua de América a los intentos de apaciguamiento de Obama, recibidos con un aplauso general.

Si el respeto a la libertad y los derechos humanos de los ciudadanos en todos los países ha de ser el eje transversal de toda política internacional, no puede entenderse que bajo esa apelación se transija con quienes más se distinguen en el atropello cotidiano a esos derechos universales. Lamentablemente, Obama considera, como sus colegas europeos, que la mejora en las relaciones con los dirigentes de las dictaduras produce un alivio proporcional en el sufrimiento de quien las padece de forma directa.

No es así, sino al contrario. Cualquier concesión a los tiranos es considerada como un signo de debilidad del “enemigo exterior” y un paso más para la perpetuación de estos regímenes políticos a costa del sufrimiento de sus pueblos. El caso de la “marea verde” de Irán, con la que los iraníes intentaron desmontar la dictadura de Ahmadineyad ante la indiferencia de Obama y el resto de los líderes progresistas, es, como el caso cubano, el ejemplo de cómo la debilidad contra el tirano fortalece las estructuras de los regímenes totalitarios y añade una dosis más de peligro cuando, como en el caso de Irán, además tiene lista la maquinaria nuclear que supone una amenaza directa al mundo libre.

Tal vez sea este final de año un buen momento para reconsiderar estos graves errores en política exterior, especialmente para un líder mundial como el Presidente de los Estados Unidos, cuya responsabilidad en la preservación de la libertad es un imperativo histórico al que no puede ni debe sustraerse.

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