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EDITORIAL

Un congreso marcado por la ausencia

María San Gil no sólo se ha convertido en un símbolo de la resistencia al nacionalismo obligatorio en el País Vasco, sino también de la negativa a ceder ante quienes quieren abandonar los principios por unos hipotéticos votos

La primera jornada del Congreso del PP en Valencia ha estado más marcada por los que se van que por los que se quedan. Acebes y, sobre todo, María San Gil se han hecho con el protagonismo de la primera jornada. El primero gracias a un brillante discurso de principios del que no han quedado excluidas las advertencias a los que se quedan. "Menos PP no son más votos", ha recordado, advirtiendo que las bendiciones de los socialistas a la deriva del aún presidente del partido no son la mejor noticia para los populares. Porque al PSOE lo que le interesa es que el PP se transforme en el Ministerio de la Oposición, no en alternativa de gobierno. Y sólo se puede aspirar a derrotar al PSOE ofreciendo a la sociedad unas ideas sólidas y opuestas a los socialistas.

Todo político tiene dos caras. Una es la de los principios, la de quien se mete en esto porque tiene unas ideas de cómo se deben hacer las cosas en el ámbito público y quiere dedicar su tiempo y su esfuerzo para hacerlas realidad. Otra es la del que está dispuesto a lo que sea con tal de alcanzar y conservar el poder. Casi todos los políticos de todas las orillas ideológicas cuyos nombres conocemos están en esa zona gris intermedia, en la que se renuncia a parte de su ideario con la esperanza de lograr otra, en la que no se dice lo que se piensa para poder disponer de otra oportunidad, en la que no se hace aquello a lo que la dignidad le obligaría porque también mañana habrá que comer de la política.

Pero estén donde estén situados dentro de esa zona gris, todos saben que en una democracia su función debería ser la de defender unas ideas, que son las que comparten los ciudadanos que los votan, y llevarlas a la realidad de la mejor manera posible cuando gobiernan. Así, cuando más alejados están de los principios, más incomoda la mera existencia de políticos que prefieren renunciar a su carrera antes que abandonar sus ideas.

María San Gil no sólo se ha convertido en un símbolo de la resistencia al nacionalismo obligatorio en el País Vasco, sino también de la negativa a ceder ante quienes quieren abandonar los principios por unos votos, olvidando que, de hacerlo, lo único seguro es su renuncia, no la recompensa que promete Arriola. El PP "no se sentirá cómodo hasta que no vuelva María San Gil", ha dicho Álvarez Cascos, porque ella les recuerda constantemente a los populares el precio al que tantos parecen estar dispuestos a pagar, y la parte idealista de todo político de la derecha española no puede sentirse a gusto cuando en un partido falta la valiente presidenta del PP vasco, en un partido del que se da de baja Ortega Lara.

Rajoy espera que este congreso a la búlgara sirva para cerrar la crisis que vive el partido desde que decidiera continuar a la cabeza renunciando al corazón que lo mueve. Puede que, por más que tras el primer día se hable más de María San Gil y de los principios que de María Dolores de Cospedal y el nuevo equipo de Rajoy, la propia dinámica del congreso le permita llegar al domingo como el gran protagonista, aplaudido y alabado –con mayor o menor sinceridad– por los principales líderes del partido. Pero al día siguiente, todos seguirán notando la ausencia de San Gil. Y no dejarán de hacerlo.

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