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EDITORIAL

Demasiado poco, demasiado tarde

Sólo comparada con el vergonzoso silencio del presidente del Gobierno nos puede parecer adecuada la carta que el Rey ha hecho pública en una web.

El papel que los ciudadanos españoles, a través de la Constitución, confiamos a la Corona no fue exclusivamente simbólico, como el que pueda desempeña una bandera o un himno. Con ser éste importante, el Rey tiene, además, un función de "arbitraje y moderación", tal y como señala el artículo 56 de nuestra Carta Magna; y es precisamente ese papel moderador y esa auctoritas lo que cada vez más españoles echan en falta y reclaman al Rey, para que los ejerza en coherencia y defensa de esa "unidad y permanencia" de la nación que la Corona simboliza.

Sólo comparada con el impertérrito y vergonzoso silencio que mantiene el presidente del Gobierno, y sólo como forma de desmarcarnos de las críticas que los nacionalistas han dirigido a don Juan Carlos, nos puede parecer adecuada la carta de cuatro párrafos, plagados de lugares comunes, que el Rey ha hecho pública en una web de Zarzuela. El escueto y vago escrito real no está a la altura de esa función moderadora ante el radical desafío secesionista que lidera el actual presidente de la Generalidad, Artur Mas. Ni en la forma ni el fondo.

Bien está que el Rey advierta que, "en estas circunstancias, lo peor que podemos hacer es dividir fuerzas, alentar disensiones, perseguir quimeras o ahondar heridas". Pero en unos momentos tan críticos como los que atraviesa nuestra nación sobran las medias tintas, los eufemismos y los mensajes entre líneas habituales en los mensajes del monarca; falta claridad, solemnidad y dramatismo. Así, los llamamientos del Rey a la "unión y la concordia", así como su reivindicación del "trabajo, el esfuerzo, el mérito, el diálogo, el imperativo ético, la generosidad o el sacrificio de intereses particulares en aras del interés general", no dejan de ser lugares comunes, presentes en los discursos navideños o de fin de año de cualquier jefe de Estado en naciones que no padecen una crisis institucional tan grave como la nuestra.

Es hora de que todos –incluidos la Corona– abandonemos esa quimera de intentar contentar a quienes, como los nacionalistas, no se van a contentar, y recurramos a la firmeza como medio de moderación. La pusilanimidad alienta el radicalismo, y al discurso del Rey le falta firmeza en el fondo y solemnidad en la forma como para pensar que llegue a ser capaz de moderar a quienes están instalados en plena deriva separatista. Una firmeza que, además, hubiera sido necesaria mucho antes; antes, incluso, del lamentable episodio del "hablando se entiende la gente".

Naturalmente, esa firmeza es exigible, en primer lugar, al presidente del Gobierno. Rajoy, con su mayoría absoluta, está permaneciendo impertérrito ante una rebelión institucionalizada que va mucho más allá del claro incumplimiento del control del déficit o la exigencia "sin condiciones" de transferencias adicionales a la Generalidad, ante lo que Rajoy se muestra condescendiente. Nos referimos al movimiento secesionista que pretende liderar el Gobierno de Mas y a ese privilegiado y mal llamado "pacto fiscal" que los nacionalistas plantean unas veces como chantaje y otras como herramienta de construcción nacional.

Ante este panorama es comprensible que el escrito del monarca, que ha ido mucho más lejos que Rajoy en su denuncia, sea un alivio para muchos; ya se sabe que, en el país de los ciegos, el tuerto es el rey. Pero eso no es forma de conservar la Nación ni la Corona.

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