Menú
EDITORIAL

Una bronca que no tapa lamentables coincidencias

Lo peor de la bronca es que trató de ocultar demasiadas y lamentables coincidencias entre Rajoy y Sánchez.

Aunque sondeos de opinión como los realizados al concluir el cara a cara entre Rajoy y Sánchez carecen de rigor demoscópico, no parece que anden muy desencaminados aquellos que aseguran que una mayoría de telespectadores consideró que ninguno de los dos candidatos ganó el debate.

En cualquier caso, parece innegable que, más que debatir y enfrentar ideas y programas, Rajoy y Sánchez se enzarzaron en una bochornosa y agria bronca en la que ni siquiera se abordó una cuestión tan decisiva como la politización de la justicia y en la que no se vieron grandes diferencias entre uno y otro a la hora de afrontar cuestiones tan importantes como la rebelión secesionista en Cataluña, el altísimo nivel de deuda pública, el elevadísimo nivel de paro, la pérdida de peso de nuestro país en la escena internacional o la insostenibilidad del sistema de pensiones y del sector público.

Empezando por el rifirrafe que prácticamente vino a reemplazar al debate, fue vergonzoso que, en lugar de mostrar propuestas constructivas para atajar una lacra como la corrupción, y que afecta al PSOE tanto o más que al PP, el candidato socialista se dedicara a leer la cartilla en plan macarra a Rajoy implicándolo personalmente en el escándalo del caso Bárcenas. Mas aun cuando el PSOE tiene un largo historial de corrupciones monumentales, del que han sido hitos el caso Filesa en tiempos del felipato o el de los ERE, del que se está encargando actualmente la Justicia.

Es verdad que Rajoy tuvo una innegable responsabilidad in vigilando en el caso Bárcenas, y fue abominable el poco disimulado deseo del presidente del Gobierno de no abordar un asunto tan grave como es el de la corrupción. Sin embargo, eso no justifica que el mediocre Sánchez, que está mostrando pavorosas carencias a lo largo de la campaña, recurriese al insulto y al juego sucio.

Reducir algo tan grave como la corrupción al "y tú más" supone, además, aparcar un asunto tan decisivo como el altísimo número de tentaciones que el intervencionismo público pone delante del gobernante, o la corrupción estructural que conlleva la designación política de los miembros del Poder Judicial. Lo peor de la bronca es que pretende ocultar que ambos candidatos están de acuerdo en mantener ese ominoso secuestro de la separación de poderes.

Otro tanto se podría decir de la crisis que padece España como nación y como Estado de Derecho, asunto que, si no es por la insistencia del patético moderador en abordar el desafío separatista en Cataluña, ni siquiera se hubiera tratado. Ambos candidatos se limitaron, en cualquier caso, a mostrarse garantes de la unidad de España, pero ni Sánchez recriminó a Rajoy la impunidad de los sediciosos, que en todo momento han contado con financiación estatal para su rebelión institucional, ni Rajoy recriminó a Sánchez las alianzas de los socialistas con los separatistas en numerosos municipios catalanes. Lo más que hicieron fue abordar la vaporosa reforma constitucional con la que el PSOE –y algunos ministros de Rajoy, por cierto– trata vanamente de contentar a los separatistas, sin que ninguno de los dos candidatos abordara el hecho de que en Cataluña no se cumple la Carta Magna.

Por otro lado, no es de extrañar que no afrontaran una cuestión tan capital como la losa que para la recuperación económica constituye la deuda del sobredimensionado y burbujístico sector público. Es verdad que el Gobierno de Rajoy no ha cumplido un solo año sus compromisos de reducción del déficit público, pero ¿qué recriminación le puede hacer una candidato socialista tras la etapa de Zapatero, sobre todo si encima pretende reducir todavía más el ritmo de ajuste entre gastos e ingresos? ¿Cómo esperar que alguno de los dos candidatos abordase la necesidad de adelgazar el sector público, si ambos se disputan el liderazgo a la hora de mantener esa rémora?

No se puede negar la gravedad de un asunto como el del terrorismo islamista o el de la pérdida de peso de nuestro país en la escena internacional, pero ¿cómo van a discutir sobre ello Rajoy y Sánchez, cuando ambos son dignos herederos de Zapatero en ambas cuestiones?

Rajoy y Sánchez se podrán enzarzar en cuánto ha subido o menguado el poder adquisitivo de las pensiones, pero es inútil esperar de ellos un proyecto de reforma de un modelo público de reparto que, más pronto que tarde, sólo será sostenible, como toda estafa piramidal, con el paulatino perjuicio de sus supuestos beneficiarios.

Es lamentable que Rajoy se contente con una tímida reforma laboral que apenas ha logrado reducir el altísimo nivel de paro dejado por Zapatero. Pero ¿qué decir de Sánchez, cuyas propuestas se limitar a derogar esa reforma?

La conclusión es que el debate del lunes, que pretendía resucitar al viejo bipartidismo, se redujo a un agrio rifirrafe que no vino sino a confirmar para numerosos españoles las irrelevantes diferencias que separan a PP y PSOE, por mucho que sus respectivos candidatos se descalifiquen mutuamente.

Temas

En España

    0
    comentarios