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EDITORIAL

Una represión carcelaria

Xiaobo entra a formar parte del "selecto" grupo de premiados a los que las dictaduras que los subyugaban también les impidieron salir del país: Carl von Ossietzky en la Alemania nazi, Andréi Sajarov en la URSS y Lech Walesa en la Polonia comunista.

Ayer se cumplieron dos años de la publicación de la Carta 08, un documento que fue suscrito por 303 intelectuales chinos y más de 8.000 ciudadanos para reclamar reformas a la autocracia asiática. En este documento podían leerse admoniciones tan peligrosas como que "los derechos del hombre no están concedidos por un Estado; toda persona nace con su derecho inherente a la libertad" o que "el camino que conduce hacia una vida mejor pasa (...) por dirigirnos hacia un sistema de libertad, de democracia". Entre los cambios concretos que se demandaban estaba la separación de poderes, una democracia parlamentaria, un poder judicial independiente, la libertad de asociación, la libertad de reunión, la libertad de expresión, la libertad religiosa, la protección de la propiedad privada o un sistema tributario poco invasivo.

Entre los firmantes de la Carta 08 se encontraba el activista Liu Xiaobo, quien sólo doce meses más tarde fue procesado y condenado a 11 años de cárcel por incitar a la "subversión" contra el Estado. En efecto, la condena nos recordó una vez más que todavía hay enormes zonas del planeta –no ya reductos marginados como Corea del Norte– donde hablar de libertad es una práctica contrarrevolucionaria: en este caso, un territorio tan vasto como para subyugar a más de mil millones de personas.

En octubre de este año, Xiaobo recibió el Premio Nobel de la Paz. No es que se trate de un galardón muy prestigiado, habida cuenta de que la lista de premiados incluye a personajes como Yasir Arafat, Kofi Annan, Jimmy Carter o Al Gore. Sin embargo, de manera muy ocasional el Parlamento noruego trata de lavar un poco su mala imagen y otorga el Nobel a personas que realmente lo merecen, como sucede con el caso de Xiaobo.

Pero la dictadura comunista china, tras dos años de encarcelamiento, no le permitió ayer que saliera del país y lo recibiera en Oslo. Su silla quedó vacía: ni siquiera pudo acudir a la ceremonia su esposa. Tal es el grado de la represión del Estado chino; como en Alemania del Este, se arroga la capacidad para decidir que individuos pueden escapar, siquiera transitoriamente, de sus garras.

Pero la lamentable reclusión de Xiaobo supone a su vez un segundo galardón cuya valentía todo el mundo debería reconocerle. Entra a formar parte del "selecto" grupo de premiados a los que las dictaduras que los subyugaban también les impidieron salir del país: Carl von Ossietzky en la Alemania nazi, Andréi Sajarov en la URSS y Lech Walesa en la Polonia comunista. Xiaobo no habrá acudido a Oslo, pero ha retratado a la perfección la voracidad liberticida del autoritarismo chino. Nadie debería de olvidarlo.

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