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EDITORIAL

Zapatero y Rajoy, inseparables hasta 2012

El uno no quiere dejar de gobernar todavía y el otro aún no desea hacerlo. Y, mientras todos realizan sus cálculos electorales, el desafío nacionalista, la mascarada etarra o la crisis económica continuarán engordando.

Parece claro que, desde el momento en que Zapatero anunció el pasado sábado que no repetiría como candidato socialista a las generales de 2012, su Gobierno ha entrado en funciones. Que el líder socialista haya firmado su propia acta de defunción es suficiente como para finiquitar una legislatura que ha venido marcada por la improvisación permanente ante las omnipresentes mentiras.

A partir de este domingo, Rubalcaba, Chacón, tal vez Bono y, en definitiva, todos los socialistas deseosos de ocupar la poltrona que ha dejado vacía el todavía presidente del Gobierno, ya han comenzado con su particular campaña electoral. Una que se antoja particularmente larga, teniendo en cuenta que se prolongará como mínimo hasta 2012. Más de un año en el que la acción de Gobierno quedará o bien suspendida o bien supeditada a la propaganda de los distintos aspirantes.

España es de temer que no vaya a soportar tanta provisionalidad. Por si no fuera poco que Zapatero se haya aferrado a un poder para cuyo ejercicio se sabe deslegitimado –que no por otro motivo ha decidido no presentarse a los próximos comicios–, ahora los ministros y el resto de cargos públicos socialistas comenzarán a desatender sus tareas o, peor aún, a colocarlas de manera incluso más descarada que en la actualidad al servicio de sus ambiciones personales. Se acabó, pues, cualquier agenda reformista, en tanto en cuanto lo que haga o deshaga Zapatero a partir de hoy les resultará irrelevante a los mercados y todos sus sucesores se cuidarán mucho de manchar su candidatura con el apoyo a un programa político tan imprescindible como impopular.

Precisamente por lo anterior, resulta del todo incomprensible que, en este contexto de sectaria frivolidad, el PP de Rajoy se niega a presentar una moción de censura contra el Ejecutivo. Al cabo, la misma crítica que puede hacérsele a la decisión de Zapatero de no dimitir puede dirigírsele a la de Rajoy de no forzarlo a dimitir: los cálculos electorales deberían quedar en un segundo o tercer plano, pues de lo que se trata es de prestarle un servicio a España desalojando del poder a uno de los peores Gabinetes de su historia.

Mas ni Zapatero ni Rajoy tienen la más mínima intención de servir a su patria. El primero porque difícilmente puede servir a un concepto discutido y discutible; el segundo porque ha optado por esperar a que la fruta se vaya pudriendo y caiga, aun cuando con su caída arrastre a todos los españoles. Los dos están sedientos de poder hasta el punto de olvidar por completo que la legitimidad de origen de ese poder procede de encontrarse subyugado a los intereses de todos los españoles, no a los suyos particulares.

El uno no quiere dejar de gobernar todavía y el otro aún no desea hacerlo. Y, mientras todos realizan sus cálculos electorales, el desafío nacionalista, la mascarada etarra o la crisis económica continuarán engordando ante un Ejecutivo que se mueve entre la activa complicidad y la pasiva indiferencia.

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