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EDITORIAL

Zaplana: un gran fajador

A los 51 años, una edad temprana para un político, quiere dejar paso a nuevas caras que generen ilusión entre los votantes. Esperemos que en el congreso se escojan las adecuadas, incluyendo a personas que sepan hacer oposición como la ha hecho Zaplana.

La carrera de Eduardo Zaplana en la política ha sido fulgurante. Alcalde de 1993 a 1995 en Benidorm, ganó las elecciones autonómicas y sustituyó al socialista Joan Lerma –presidente desde la creación de la comunidad valenciana en 1982– al frente de la Generalidad, que ocuparía hasta 2002, convirtiendo la región en el granero de votos que es ahora para el PP. Lo hizo llevando a Valencia a crecer más que la media nacional y a disputarle a Cataluña la primacía dentro de las regiones mediterráneas de España. En aquel entonces, se le veía con admiración incluso desde orillas ideológicas opuestas.

Pero recibió una llamada de Moncloa, y durante los dos últimos años de Aznar fue ministro de Trabajo y portavoz del Gobierno. Tras la derrota de 2004, ha sido el líder de la oposición a Zapatero en el Congreso, convirtiéndose en una verdadera pesadilla para los socialistas, que han hecho de todo para intentar eliminarle de esa posición. Tanto en asuntos políticamente cómodos como en los más difíciles, como el 11-M, no sólo ha hecho perder los estribos a la vicepresidenta del Gobierno con sus intervenciones –algo que quizá no sea tan complicado–, sino que ha trabajado con ahínco para que su Grupo parlamentario fuera el eje de la oposición del PP al Ejecutivo socialista cuando podía haberse abandonado a una oposición gallardonista y de perfil, manteniendo su buena imagen y durmiendo ocho horas al día.

Durante estos años, Prisa, el PSOE y el ABC de Zarzalejos han intentado sin éxito endosarle las más variadas tramas de corrupción. Desde frases irónicas sacadas de contexto hasta sus enormes responsabilidades políticas como tierno infante, todo ha valido  El caso más escandaloso fue, sin duda, el intento por parte de dos parlamentarios autonómicos socialistas de comprar con dinero y beneficios procesales a dos empresarios implicados en el caso Terra Mítica para que implicaran a Zaplana en sus manejos. Pero no fue el único. El más hilarante, sin duda, fue el intento de la SER de encontrar un supuesto tráfico de influencias en el hecho de que el nieto de la hermana de la madre del suegro de Zaplana tuviera un restaurante en terrenos propiedad del Estado, concesión que logró cuando el popular sólo tenía ocho años de edad. El fracaso tanto de periodistas amigos del poder como de fiscales a las órdenes de Cándido de encontrarle nada punible dice mucho a favor del cartagenero.

Sin embargo, también ha padecido el mismo desgaste que tantos en el PP han sufrido por oponerse con "demasiada" fiereza a la máquina de picar carne de PSOE y Prisa. Desde Ramallo hasta Álvarez Cascos, muchas han sido las víctimas de esta destrucción personal, de la que en tantas ocasiones han sido más culpables aquellos a quienes se suponía cercanos que los que se situaban en las antípodas del PP.

Zaplana ha dicho adiós a su puesto de fajador oficial, que tan bien ha desempeñado, expresando su deseo de seguir como "diputado raso". Su objetivo, "fomentar la renovación". A los 51 años, una edad temprana para un político, quiere dejar paso a nuevas caras que generen ilusión entre los votantes. Esperemos que en el congreso de junio se escojan las adecuadas, incluyendo a personas que sepan hacer oposición tan bien como la ha hecho Eduardo Zaplana.

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