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Eduardo Goligorsky

El discurso del miedo

Cuando ocurra lo peor, se excusarán diciendo: "La maté porque era mía".

Cuando ocurra lo peor, se excusarán diciendo: "La maté porque era mía".

Un buen amigo catalán me pregunta cómo es posible que continúe leyendo La Vanguardia, plagada de patrañas urdidas por los disciplinados catequistas del secesionismo. Le contesto que el somatén mediático conserva algunas pocas firmas muy respetables para cubrir las apariencias de pluralismo, pero que además me interesa, por un lado, seguir la trayectoria de esas patrañas para ponerlas en la picota y, por otro, disfrutar de los escrúpulos de aquellos colaboradores que, sin abjurar de su catalanismo, pero guiados por la racionalidad, ponen reparos a la política aventurera de la nomenklatura rupturista, precisamente porque ven en dicha política el desencadenante de males irreparables para España y, dentro de ella, para Cataluña.

Metedura de pata

En mi artículo "Adéu, Unión Europea" reproduje la lista de miedos que, según Francesc-Marc Álvaro (LV, 27/9), sembramos quienes no nos dejamos encandilar por el espejismo de la mítica Ítaca. La repito:

Miedo al aislamiento internacional, miedo a la fractura social, miedo a la decadencia económica, miedo a la deslocalización empresarial, miedo a la exclusión cultural, miedo a repetir la tragedia balcánica, miedo al caos y al precipicio.

También repito que la panacea que Álvaro recetaba para tantos miedos era la ilusión. Pero hay que ser muy ingenuo para dejarse engatusar por los consejos de este retrógrado militante. ¿Retrógrado? El 24/9, Álvaro se burlaba del ministro de Asuntos Exteriores, José Manuel García-Margallo, porque al abordar la hipótesis del divorcio entre Cataluña y España citaba a Francesc Cambó:

Que un diplomático exhiba una bibliografía tan obsoleta sobre Catalunya es muy revelador. ¿Cómo quieren entender lo que pasa si todavía echan mano de Cambó?

¡Qué metedura de pata! Todos los argumentos que los cofrades de Álvaro, y él mismo, esgrimen para justificar sus pretensiones se remontan a hechos históricos perdidos en la noche de los tiempos: el Imperio Carolingio, la Marca Hispánica, el régimen austracista, el escurridizo Rafael Casanova, Prat de la Riba. Artur Mas se jacta (LV, 6/10):

Catalunya ha sido siempre una nación de Europa, fundada como parte del imperio de Carlomagno.

Comparado con estas antiguallas, Cambó es un dechado de modernidad. Visca Cambó!

Seamos piadosos con Álvaro. No hace más que cumplir con su función de lenguaraz cuando exhorta a desechar el miedo y abrazar la ilusión. Fue Artur Mas quien sentenció urbi et orbi, en el discurso que pronunció para convocar a elecciones (LV, 2/10):

No se puede hacer callar la voz de un pueblo y de una nación a base de introducir el miedo, porque quien lo haga se está retratando en el ámbito interno e internacional.

La palabra miedo la repite otras dos veces en el mismo discurso, para desacreditarlo como recurso dialéctico. En vano. El miedo crece en los círculos informados de la sociedad catalana, y crecerá aun más cuando los ciudadanos se asomen a la realidad y vislumbren el abismo económico y social hacia el que los empujan los fanáticos.

Oportunidad de discrepar

La alarma cunde entre los catalanistas veteranos, los que han trabajado sin hacer aspavientos demagógicos por una Cataluña próspera y encuadrada en los valores de Occidente, valores que excluyen las manías identitarias y la hostilidad al otro. Después de recordar a los periodistas e intelectuales que acudieron a España para apoyar a la República durante la Guerra Civil, Lluís Foix advierte (LV, 4/10):

No sería saludable volver a acaparar la atención por hechos conflictivos o por decisiones épicas de gobiernos y partidos en los que no se respira ni la más leve discrepancia. Ya sé que me dirán que estoy instalado en el discurso del miedo. Lo único que pretendo es vivir en mi país teniendo la oportunidad de discrepar de lo que sea y cuando quiera. Sólo eso.

Y el mismo periodista clama (LV, 25/9):

Ya sé que en estos momentos eufóricos cualquier palo en la rueda desde el respeto a todos puede ser interpretado como una invocación al miedo. La historia se inventa y todo es posible. Pero conseguir la independencia en contra de España lo veo altamente improbable. Y sin el concurso de Europa, también.

El miedo que Mas, Álvaro y los secesionistas enragés intentan conjurar para que no se frustre su involución carolingia o austracista anida en las cabezas pensantes. Confiesa el novelista Javier Cercas (LV, 26/9):

Cuando oigo decir que nos adentramos en territorio desconocido me pongo a temblar. Para los artistas y los científicos es necesario hacerlo para encontrar lo nuevo. Pero los políticos deben saber dónde ponen el pie o nos despeñamos todos. Eso me da miedo. Y reivindico el derecho a tener miedo. Mi padre nos dejó un país muy arregladito y no quiero dejarle a mi hijo un desastre. No soy independentista, no veo dónde nos llevará, y como no lo veo, no lo soy.

Basta de lamentaciones. Vayamos a lo que el presidente argentino Hipólito Yrigoyen llamaba, en su extravagante jerga, "las efectividades conducentes". Leo (LV, 6/10):

Joaquim Gay de Montellà, presidente de la patronal catalana Foment del Treball, cuestionó ayer que este momento de "severa crisis económica" sea el más adecuado para "plantear cambios institucionales tan importantes" como las aspiraciones soberanistas de Catalunya, cuando las empresas necesitan que "los debates políticos se dirijan con responsabilidad" y "no sean obstáculos añadidos a los proyectos empresariales".

El presidente del grupo Planeta no pudo ser más claro cuando anunció que si Cataluña se declaraba independiente, sus empresas se mudarían a Madrid, Zaragoza o Cuenca. ¿Quién dijo miedo?

Desde la caverna

He confesado muchas veces que soy analfabeto en economía, por lo cual no opino sobre este tema. Sin embargo, no puedo ocultar el miedo –¡otra vez el discurso del miedo, señores secesionistas!– que me produjeron dos análisis que leí el mismo día 7/10 en el suplemento de economía "Dinero", de La Vanguardia, y que incluso yo, desde mi ignorancia, entendí. Escribe el economista Alfredo Pastor, con énfasis en lo político:

La búsqueda del Estado propio en el seno de la Unión Europea que propone el presidente Artur Mas tiene, a mi modo de ver, más de ilusión que de proyecto firme. Si una consulta claramente formulada y bien administrada entre los habitantes de Catalunya diera una mayoría confortable a favor del Estado propio, habría que proponer al Parlamento español una reforma constitucional que permitiera la secesión; el resultado sería negativo, y no necesariamente por motivos económicos: a muchos les dolería, como a mí, ver que Catalunya deja de ser parte de España.

Este sería el final del trayecto según la legalidad española. ¿Podríamos invocar la otra legalidad, la europea? No lo creo: los europeos, que desde luego nos observan atentamente, no considerarían que hubiera materia para una intervención contra la voluntad democráticamente expresada de los ciudadanos de un Estado miembro de la Unión Europea: no puede hablarse de una violación flagrante de los derechos humanos de los catalanes. Quedaríamos, pues, al final de un trayecto lleno de sinsabores, en un limbo legal y en un purgatorio político.

En la página siguiente escribe el profesor Joaquim Muns, con énfasis en la economía:

Creo que cabe extraer tres conclusiones principales de este artículo. La primera es que no se puede ignorar, simplificar y menos idealizar las consecuencias económicas de un eventual proceso de independencia de Catalunya. Segundo, que los estragos de la crisis pesarían severamente en las cargas que un futuro Estado catalán tendría que asumir al iniciar su singladura. Así, sería muy probable que Catalunya tuviera, de entrada, una deuda pública, entre propia y heredada, superior al 50% del PIB. Tercero, sin una información fidedigna y rigurosa y una aportación reflexiva y serena de todos, especialmente de los responsables políticos, es imprudente y peligroso tomar una decisión del calibre de la independencia de Catalunya.

Desde la caverna del secesionismo carolingio y austracista, o sea retrógrado, se tilda estas opiniones de "anticatalanas". Pero ¿los anticatalanes no serán quienes están llevando alegremente Cataluña al limbo legal, al purgatorio político y al desastre económico? Cuando ocurra lo peor, se excusarán diciendo: la maté porque era mía.

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