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Eduardo Goligorsky

La hora de la limpieza

Confío en que el Gobierno de España sepa graduar los niveles de alerta correctos para sofocar las agresiones que se traman contra nuestra sociedad.

Confío en que el Gobierno de España sepa graduar los niveles de alerta correctos para sofocar las agresiones que se traman contra nuestra sociedad.
EFE

Después de las lluvias torrenciales, sabandijas repulsivas salen de debajo de las piedras e invaden los campos. Algo parecido sucede en las comarcas cuando entra en crisis el Estado de Derecho, y cuando los gobernantes locales abdican de su función como guardianes de la ley, se pierde el respeto a la iniciativa de los individuos, se viola la propiedad privada, se pervierte la actividad docente y cultural y se atrofia el entramado de convivencia social. Quienes salen entonces de sus guaridas son los elementos marginales de la tropa lumpen, cargados de odio, resentimiento y pulsiones destructivas. Ignorantes por antonomasia, pueden dinamitar los monumentos de Palmira o borrar a Calderón y Antonio Machado del callejero. Ahora, los muy brutos, prometen, literalmente, empobrecer Cataluña.

Ejército de pobres

Lo proclamó, sin tapujos, refregándolo por las narices de los acojonados burgueses, la pitonisa de la tribu CUP, Anna Gabriel, al ensañarse con el consejero de Empresa de la Generalitat, Santi Vila (LV, 14/8):

No necesitamos un conseller como él, que es muy bueno para un país de ricos, pero no lo es para un país de gente pobre.

Gabriel especificó que tolerarán al infiltrado hasta el 1-O, o sea mientras Cataluña siga teniendo un PIB de 223.639 millones de euros, dentro de España, pero no cuando los antisistema la reduzcan a un nivel kosovar de pobreza y delincuencia. El pecado que le achaca a Vila la banda anarco-trotskista es que se travistió de justiciero –sin desvincularse del contubernio secesionista que lo premió con su cargo– y tomó la iniciativa de denunciar el asalto y sabotaje a un bus turístico perpetrado por secuaces de dicha banda. El objetivo continúa siendo crear en Cataluña un ejército de pobres como el que existe en la Venezuela de Maduro, para sentar el 2-O las bases de la república comunista.

Humillados serviles

Alto en el camino. Escribí estas líneas antes de que los asesinos yihadistas se ensañaran con España, tomando Cataluña como centro de operaciones. Pero no solo conservan su vigencia sino que aportan un argumento más para sentenciar que ha llegado la hora de la limpieza. Ahora el empobrecimiento está garantizado: las furgonetas zigzagueantes y las bombonas de butano son más eficaces que las capuchas, los cuchillos y los botes de spray para ahuyentar turistas e inversores. Queda en pie otro problema que tiene como protagonistas superpuestos al Estado Islámico y a la banda anarco-trotskista de la CUP: el de la integridad y la seguridad de España.

La campaña que desarrolla la CUP con el fin de fragmentar España, aprovechando su posición como viga maestra del Gobierno de Cataluña, la convierte en una suerte de quinta columna del Leviatán yihadista. A la cúpula de Junts pel Sí no le faltaron, desde el vamos, argumentos para arrojar a ese aliado venenoso al vertedero de los detritos tóxicos. Su primer desafío consistió en decapitar al presidente de la Generalitat, Artur Mas, y sustituirlo por un don nadie pescado en las aguas estancadas del carlismo gironés. El ultrajado, el advenedizo y el resto de la camarilla aceptaron la puñalada trapera sin chistar y esto dio ánimos a los energúmenos para seguir purgando desafectos. El servilismo de los humillados llegó a un nivel patológico.

El habitualmente moderado Lluís Foix subrayó la anomalía ("Síntomas de incompetencia", LV, 16/8):

El lenguaje cupero marca muchas pautas políticas ante el silencio de Carles Puigdemont y Oriol Junqueras, que no saben cómo ofrecer una alternativa independentista sin el sabor revolucionario que impregna el discurso de varias facciones de la CUP.

Riña tabernaria

Por supuesto, los rehenes cornudos y apaleados dejaron oír algunas voces de protesta por las vejaciones recibidas, falsas bravatas que no se tradujeron en actos de ruptura porque esto habría implicado perder la mayoría espuria en el Parlament. Pilar Rahola vomitó sobre los cuperos que homenajeaban al matarife Stalin ("El vómito", LV, 1/7), y el coordinador organizativo del PDeCAT, David Bonheví, los tildó de "miserables" por barrer a Mas del globo terráqueo en el cartel de inspiración leninista (LV, 11/8 y 14/8).

Hoy, tras el acto de guerra del Estado Islámico contra el Reino de España, lo que urge resolver es algo mucho más trascendente que la riña tabernaria entre los componentes burgués y carroñero del frente antiespañol. Ha llegado el momento de que quienes accedieron a sus escaños como representantes de la clase media emprendedora elijan entre defender la supervivencia física y económica de quienes los votaron, amenazados simultáneamente por yihadistas y subversivos, o traicionar a esos votantes para cumplir pactos contra natura. Afloran reminiscencias del estigma que cayó sobre Petain en Francia, Quisling en Noruega y Degrelle en Bélgica, vasallos del ocupante nazi.

Célebre amenaza

Ha llegado la hora de la limpieza. El Estado Islámico no deja ningún margen de duda acerca de la naturaleza de la guerra que estamos librando. Ni Barcelona ni Cataluña figuran en su mapa. Juran reconquistar Al Ándalus y Al Ándalus es toda España. ¡Vaya aberración decir que en el atentado murieron dos españoles y dos catalanes! En las tablas de sangre del enemigo aparecen cuatro ocupantes infieles de Al Ándalus muertos, cuatro españoles. La misma nacionalidad que figura, imborrable, en los documentos de identidad de los sembradores de discordia más recalcitrantes y en los de sus socios nihilistas. Incluido el DNI del funcionario que formuló la deleznable discriminación.

No menos aberrante fue que en la retaguardia de nuestro bando, cuando los enemigos exteriores e interiores continúan al acecho, el presidente de la Generalitat rompiera la solemne unanimidad del luto con un exabrupto cainita: "El plan independentista sigue intacto" (LV, 19/8). Ante semejante despropósito, es difícil corear el multitudinario "No tinc por!" ("¡No tengo miedo!"). Más bien, el ciudadano atónito se convence de que Carles Puigdemont se sumó al órdago de la intimidación cuando pronunció su ya célebre amenaza: "Damos miedo, y más que daremos" (toda la prensa, 1/7). Conjurado con la CUP para mantener intacto el plan independentista en la retaguardia de la guerra, hace realidad otra consigna de los vándalos anarco-trotskistas: "¡Tiemblen!".

Pantalla de miserias

Es significativo que el nombre del objetivo del ataque terrorista –España– no aparezca en el comunicado disuasorio del miedo que difundió la Generalitat. Tampoco hay una referencia explícita a las Fuerzas de Seguridad del Estado. La ANC, Òmnium y los ayuntamientos independentistas pusieron sordina a sus altavoces porque esta no es su guerra. Y la CUP no perdió la oportunidad de explicar que su guerra no es la que se libra en defensa de España y de nuestra civilización, sino otra que le sirve como pantalla de sus miserias. El comunicado del grupo de concejales de la CUP-Capgirem en el Ayuntamiento de Barcelona solo lo encontré en El Mundo (18/8):

Rechazo frontal de todas las formas de terrorismo fascista fruto de las lógicas internacionales del capitalismo. (…) Rechazamos también frontalmente todas las interpretaciones y actuaciones racistas y clasistas que estos hechos desencadenarán con el objetivo de profundizar los procesos de represión y militarización de la sociedad.

¿Junts pel Si seguirá rebajándose hasta el extremo de continuar sirviendo a estos crápulas para no perder el control del Parlament y del referéndum ilegal?

Cataluña cautiva y desarmada

La pesadilla de una Cataluña cautiva y desarmada en la retaguardia de una España mártir conmueve todas las sensibilidades ciudadanas. Tranquiliza, por eso, recordar que, como dijo la ministra de Defensa, María Dolores de Cospedal (LV, 4/7):

Por tierra, mar y aire, las Fuerzas Armadas y la Guardia Civil se encuentran donde haya que defender los valores de la democracia y la Constitución, pero también la integridad y soberanía de España.

Confío en que el Gobierno de España sepa graduar los niveles de alerta correctos para sofocar las agresiones que se traman contra nuestra sociedad y me tranquiliza pensar que el máximo, el 5, supondría (LV, 19/8) que

el Ejército "asumiría la seguridad de las infraestructuras críticas, como puertos, aeropuertos, medios de transporte, centros comerciales, lugares turísticos o de gran concurrencia de personas, suministro de agua y energía, entre otros", además de una presencia visible en las calles, en apoyo de las fuerzas de seguridad del Estado.

Así sí, los ciudadanos podremos decir que no tenemos miedo porque nos sentimos protegidos de los bárbaros yihadistas y de los matones que se jactan de dárnoslo.

PS: El cardenal Juan José Omella, arzobispo de Barcelona, predicó sabiamente, en catalán y castellano (LV, 21/8): "La unión nos hace fuertes, la división nos corroe y nos destruye". Ha llegado la hora de limpiar también las esteladas sectarias colgadas en los campanarios de las iglesias por algunos párrocos que comparten con los imanes salafistas el odio a España. Una España que incluye indisolublemente a Cataluña, en razón de lo cual estos cismáticos descerebrados se odian a ellos mismos.

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