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Eduardo Goligorsky

Lenguas en la UVI

"Se considera paternalista el hecho de pretender que vuelvan a emplear sus lenguas aquellos hablantes que tomaron la decisión de alejarse de ellas, y no compete a los lingüistas oponerse a las decisiones de los hablantes".

"Se considera paternalista el hecho de pretender que vuelvan a emplear sus lenguas aquellos hablantes que tomaron la decisión de alejarse de ellas, y no compete a los lingüistas oponerse a las decisiones de los hablantes".

La National Geographic Society y el Living Tongues Institute for Endangered Languages, de Salem, dieron una noticia y formularon un pronóstico aparentemente apocalípticos: cada dos semanas muere una lengua y de los 7.000 idiomas que aún se hablan, casi la mitad se halla en peligro de extinción y será muy difícil que sobreviva más allá de este siglo (La Vanguardia, 22/9/2007, y El País, 11/4/2012). Pero... ¿es esto bueno o malo?

Vestigios del pasado

Los nacionalistas secesionistas, que viven obsesionados por la supervivencia de los vestigios del pasado, ya provengan estos del Cro-Magnon o de los fueros feudales, ponen el grito en el cielo, y equiparan este fenómeno con la desaparición de las riquezas culturales heredadas de pueblos primitivos. Si el fenómeno es producto de la legislación encaminada a asegurar la educación, comunicación y movilidad de los ciudadanos en aras del progreso compartido, estos reaccionarios nostálgicos del pasado desempolvan las acusaciones de genocidio. Es sintomático que una parte importante de la progresía comparta esta argumentación involucionista. Los nacionalistas secesionistas y sus compadres progres tachan de "jacobino" el afán de asegurar a partir de la infancia el dominio perfecto de la lengua mayoritaria. Añoran el mapa lingüístico de la Francia borbónica, mapa que Eric Hobsbawm, tan racional cuando desenmascara el nacionalismo como irracional cuando defiende su ideología comunista, describe así (Naciones y nacionalismo desde 1780, Crítica, 1997):

En este sentido el francés fue esencial para el concepto de Francia, aun cuando en 1789 el 50 por 100 de los franceses no lo hablaran en absoluto y sólo entre el 12 y el 13 por 100 lo hablasen "correctamente"; y, de hecho, fuera de la región central no se hablaba de forma habitual ni siquiera en la región de la langue d´oui, excepto en las poblaciones, y no siempre en los barrios periféricos de éstas. En el norte y el sur de Francia virtualmente nadie hablaba francés.

El ideal de estos retrógrados hostiles a lo que ellos catalogan como jacobinismo francés podría ser Bolivia, donde, si se excluye el catellano, existen 17 unidades genéticas, o familias lingüísticas, subdivididas en 36 lenguas. O podría ser México, que cuenta con 11 familias lingüísticas, 68 lenguas y 364 variedades dialectales. Antonio Saldívar, investigador del Colegio de la Frontera Sur, un centro de investigación relacionado con aspectos indígenas en San Cristóbal de las Casas (Chiapas), afirma que allí conoció

a jóvenes que han llegado a las universidades procedentes de comunidades indígenas que tienen problemas para leer y escribir en castellano. Existen algunos centros universitarios bilingües (multiculturales, los llaman) pero sus titulaciones suelen estar limitadas al área del turismo sostenible, la agricultura o la lengua (El País, 2).

Enigmática cosmovisión

Hobsbawm refuta sin ambigüedades las falacias inmovilistas e involucionistas del pasado y del presente, en todos los ámbitos geográficos, y también las denuncias de "genocidio" cultural:

En América Latina, los que presionan para que en la escuela se enseñe en alguna lengua vernácula de los indios, una lengua que no se escriba, no son los propios indios, sino los intelectuales indigenistas (...) El declive de lenguas localizadas o de poca circulación que existen junto a las lenguas principales no necesita explicarse recurriendo a la hipótesis de la opresión lingüística nacional. Al contrario, los esfuerzos admirables y sistemáticos por mantenerlas, a menudo gastando muchísimo dinero, no han hecho más que demorar la retirada del vendo, el retorromano (romanche/ladino) o el gaélico escocés. A pesar de los recuerdos amargos de intelectuales vernáculos a quienes pedagogos poco imaginativos prohibían usar su dialecto local o lengua donde las clases se impartían en inglés o en francés, no hay pruebas de que el grueso de los padres de los alumnos hubiera preferido una educación exclusiva en su propia lengua.

Los experimentos de ingeniería social que los ideólogos radicales ejecutan con algunas tribus para mantener la ficción de que las lenguas ingresadas en la UVI tienen futuro, se ensañan con niños segregados coactivamente de nuestra civilización. El zápara es la lengua de la tribu así llamada, que habita en la Amazonia ecuatoriana. Sólo cinco ancianos la hablan, pero la están trasmitiendo a 20 niños y a un lingüista de Quito, que la recogen en magnetófonos. Se entiende lo del estudioso, sobre todo porque la Unesco, obedeciendo a su enigmática cosmovisión, designó a la etnia zápara y su cultura, Patrimonio Oral e Inmaterial de la Humanidad, pero, ¿a santo de qué complican a esos niños en una empresa que no les reportará ningún beneficio intelectual ni material? Y al escribir esto pienso también en las criaturas condenadas a estudiar en aranés, sólo para institucionalizar una endogamia anacrónica.

Un código secreto

Periódicamente la prensa informa de la muerte del último hablante de una lengua exótica. Al morir Boa Sr, de 85 años, última hablante de bo, uno de los idiomas nativos de las Andamán, un remoto archipiélago indio, nos enteramos de que allí sobreviven tres idiomas, de los diez originales, y que una de las tribus, la de los sentinelis, sigue anclada en la edad de piedra, sin ningún contacto con la civilización, de la que se defiende con arcos y flechas (LV, 13/2/2002). Y junto con Yang Huanyi, de 98 años, desapareció la última conocedora del nushu, un código secreto de escritura que las mujeres chinas utilizaban para comunicarse exclusivamente entre ellas desde hacía 3.000 años (LV, 12/5/2009).

El profesor Claude Hagège es un acérrimo defensor de la supervivencia de las lenguas, e incluso de la resurrección de estas después de muertas, aunque reconoce (No a la muerte de las lenguas, Paidós, 2002) que:

La lucha por la vida, tal y como la concebía Darwin en zoología, puede transponerse a las ciencias humanas, y de manera singular a la lingüística. Como los animales y las plantas, las lenguas compiten para mantenerse vivas, y sólo lo consiguen en detrimento de otras (...) La muerte, podríamos decir, forma, en el ámbito del ser vivo, parte de la vida. Y esto también es verdad en el ámbito de las lenguas (...) Frente al concierto de voces que advierten de los peligros, se ha manifestado otra opinión casi contraria y que probablemente no está aislada. Según tal opinión (...) se considera paternalista el hecho de pretender que vuelvan a emplear sus lenguas aquellos hablantes que tomaron la decisión de alejarse de ellas, y no compete a los lingüistas oponerse a las decisiones de los hablantes.

Casinos indios

Hagège no imaginó que una breve digresión de su discurso podría aplicarse sin esfuerzo a la actualidad política catalana. Veamos lo que escribe Hagège:

He oído a los adversarios de lenguas indias de Estados Unidos, a los que no puedo llamar por su nombre pues se trataba de anónimos encontrados en viaje o en misión, sostener que las tribus que fingen promover estas lenguas, de las que ya no se sirven, tienen motivaciones distintas de las puramente culturales. La exigencia de restauración lingüística no sería, pues sincera. Se trataría en realidad de un noble estandarte, detrás del cual se daría cobijo a reivindicaciones económicas, como la posesión de un territorio cuyo subsuelo oculta abundantes recursos. O bien la defensa de la lengua escondería objetivos políticos, como la autonomía administrativa de una región habitada por tal o cual etnia.

Greg Harris, cacique electo de la tribu miwok pomo, ratificó con pelos y señales lo que informantes anónimos habían transmitido a Hagège, a saber, que el presidente Bill Clinton había firmado una ley que devolvía a los 600 miwok su identidad (aunque sólo 36 hablaran su lengua) y sus tierras, y que los autorizaba a abrir un casino. Un excelente negocio, porque, como le confesó Greg Harris a Lluís Amiguet (LV, 10/1/2003):

Los 384 casinos indios de Estados Unidos mueven más dinero que toda la industria del cine y la televisión (...) Eso mejorará nuestro nivel de vida porque hoy mi gente es pobre e ignorante, sólo el 8 por ciento acaba el bachillerato y más de la mitad son alcohólicos y muchos son diabéticos.

Y ya estamos en Cataluña, donde no hay lenguas en la UVI, pero sí una élite secesionista empeñada en secuestrar la cultura y en convertir la administración y la escuela en centros de catequización monolingües. El conseller de esta cultura beligerante, Ferran Mascarell, reveló sus objetivos balcanizadores en un artículo (LV, 16/7) que Francesc de Carreras contestó con unos razonamientos impecables (LV, 19/7):

Lo que sorprende a los visitantes es quizás otra cosa: que aun cuando el catalán es sólo la lengua materna del 31,6 % de los ciudadanos y el castellano la del 55%, la primera, a pesar de ser menos utilizada, tenga tanta vitalidad y presencia pública, esté tan protegida por las leyes, tanto autonómicas como estatales (...) Las falsedades victimistas del conseller tienen un objetivo: justificar la independencia politizando la lengua.

A nuestros caciques, la lengua les importa un pimiento. Sólo ambicionan conquistar la independencia. Y, si fuera posible, también un casino.

En Sociedad

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