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Eduardo Goligorsky

Más fotos y menos votos

Exactamente el 30% del censo electoral abultado con los menores y los extranjeros infiltrados. Esta es la mayoría de la que se jactan los secesionistas.

Exactamente el 30% del censo electoral abultado con los menores y los extranjeros infiltrados. Esta es la mayoría de la que se jactan los secesionistas.

Este artículo podría condensarse en unas pocas cifras, sin complementos retóricos. Pero la magnitud de la campaña de desinformación, confesadamente urdida para engañar al resto del mundo e internacionalizar el proceso secesionista, obliga a desplegar un arsenal de argumentos razonados. Si nos circunscribiéramos a las cifras, bastaría una simple resta para pulverizar el discurso eufórico con que Artur Mas y su séquito saludaron el resultado de la consulta trucada del 9-N.

Show prefabricado

Según la página web del Instituto de Estadística de Cataluña, el censo de mayores de 16 años, o sea el que incluye a quienes no están legalmente autorizados a votar pero lo hicieron, tenía, el 1/1/2013, 6.297.727 inscriptos. Redondeando números, en el 9-N votaron 2.200.000 personas (no ciudadanos, porque además de los menores había una cantidad indeterminada e incontrolada de extranjeros, pero dejémoslo así, porque somos tolerantes). Si practicamos una resta elemental, frente a los 2.200.000 votantes de los que se jactan los facciosos tenemos 4.100.000 inscriptos que se quedaron en sus casas. Y si exageramos nuestra tolerancia hasta el punto de aceptar las preguntas y los mecanismos torticeros de la consulta, resulta que descontando los -no que se decantaron por el Estado quimérico pero no por la independencia, los partidarios de ésta se reducen a 1.800.000. Exactamente el 30% del censo electoral abultado con los menores que no tienen derecho legal al voto y los extranjeros infiltrados. Esta es la mayoría de la que se jactan los secesionistas. Repito que aquí se podría dar por terminado el debate si éste discurriera por carriles racionales. Pero no es así.

El objetivo del show prefabricado por el agitprop quedó explícito en un artículo del beligerante Francesc-Marc Álvaro y en otro de Ferran Requejo que aparecieron, ambos, en el somatén mediático el 3 de noviembre. "La foto de las colas de personas que quieren votar será portada por doquier", alardeó Álvaro, y Requejo remachó:

Con una movilización que sea un éxito, incluidas fotos en la prensa internacional (…) Hace falta que ese día haya urnas y colas de ciudadanos con votos en la mano (…) A partir del 9-N habrá que internacionalizar el proceso mucho más que ahora.

Por supuesto, a los 40.000 voluntarios militantes que controlaron el evento no les resultó difícil dosificar los tiempos para que la buena gente se alineara como convenía a las cámaras. Y las colas no fueron más impresionantes que las que convocan Justin Bieber, Lady Gaga, el salón del Manga o los cines en los días de precios reducidos. Artur Mas representó su papel ante los corresponsales extranjeros hablándoles en varios idiomas, incluido el proscripto castellano, gracias a que pertenece a la clase privilegiada que estudió, como más tarde lo harían sus hijos, en el Liceo Francés y en la escuela Aula, y no en los actuales reductos del monolingüismo catalán.

Tampoco hay que creer a pies juntillas las versiones que transmiten esos corresponsales. Algunos son auténticos héroes, que se juegan la vida en la primera línea de fuego. Otros recogen bulos que les cuentan informantes interesados frente a un vaso de whisky en un hotel de cinco estrellas y así nacen camelos como el de las primaveras árabes. Y finalmente están los que marchan al compás de la banda que dirigen Noam Chomsky e Ignacio Ramonet, dos flamantes socios del entramado secesionista.

Una falacia compartida

El balance del 9-N habría sido mucho más ecuánime si se hubiera prestado más atención a los votos que a las fotos precocinadas y a los discursos triunfalistas de una élite que ha encontrado el sistema ideal para seguir viviendo del cuento. Volvamos a los votos que contabilizábamos al principio, ya sean esos 2.200.000 del presunto total emitido o los 1.800.000 del presunto núcleo duro independentista, tanto da. En las elecciones de noviembre del 2012, los partidos que acaban de participar en la jugada secesionista sumaron en total, como acaba de confesarlo el gurú Enric Juliana, los votos de "2.147.361 ciudadanos mayores de 18 años" (LV, 10/11). O sea, el 39 por ciento del censo de 5.500.000 ciudadanos. Hoy, el total de supuestos sufragios representaría el 36 por ciento del nuevo censo y los votos netamente secesionistas de ese supuesto total representarían el 30 por ciento.

Este evidente drenaje de votos viene a desmontar una falacia que, paradójicamente, han compartido los secesionistas y muchos constitucionalistas. Los primeros se complacen en burlarse de Mariano Rajoy, José Manuel García-Margallo y José Ignacio Wert afirmando que cada medida que toman y cada discurso que pronuncian suma nuevos contingentes a la masa secesionista. Pues parece que no es así y que son sus huestes las que sufren deserciones. Los segundos no son menos inclementes con los que califican como errores de bulto en la forma de abordar el proceso secesionista, ya sea por pasividad, por condescendencia, por falta de coraje para enfrentar la insumisión o por incapacidad para tender puentes. Mi trabajosamente adquirida inclinación al pragmatismo y el posibilismo me inhibe de polemizar con quienes reaccionan, en la vertiente constitucionalista, con un exceso de severidad crítica, pero tampoco puedo callar mi discrepancia con el admirado Francesc de Carreras cuando opina (El País, 10/11):

Mas ha ganado a Rajoy, es decir, la arbitrariedad ha ganado a la ley.

Ni Mas ni la arbitrariedad que forma parte de su táctica de supervivencia en el poder han ganado. El desbarajuste institucional y el desprecio por el orden legal que acompañan el proceso de balcanización como las rémoras a los cetáceos, pavimentarán el camino de la discordia entre los protagonistas de la insurrección, que no son gente de fiar, cuyas rivalidades empiezan a cobrarse sus primeras víctimas. La viga maestra del pajar convergente está podrida y su Casa Grande está embargada. El titiritero mayor y las dos titiriteras advenedizas afilan, metafóricamente, los cuchillos largos. Y mientras tanto, en el plancton social del que se nutren, ganan fotos y pierden votos.

Exhibición histriónica

La realidad es terca y cruel. La escritora Carme Riera, ajena a la servidumbre crónica de los plumillas del régimen, la destapa el mismo día en que la Generalitat monta su exhibición histriónica, de la que Artur Mas, desafiante, se declara responsable. La denuncia de Carme Riera (LV, 9/11) merece más atención que las muchas fotos y los menos votos:

Es a partir del lunes 10 cuando el señor Mas y su gobierno, de una vez por todas, tienen que dedicarse a los asuntos pendientes, aplazados por la causa independentista. De un tiempo a esta parte la, sin duda para muchos, esperanzadora estelada ha cubierto no sólo los balcones de numerosas calles de Catalunya sino que, a modo de poderoso manto mágico y especie de refugium pecatorum ha servido también para tapar la inmensa mayoría de problemas ocultándolos a la vista de todos. Sin embargo, no por el hecho de permanecer escondidos dejan de estar ahí pudriéndose. (…) Acuciantes problemas de los ciudadanos que, por descontado, la independencia tampoco va a solucionar, sino en muchos casos a agravar, como reconoce el propio presidente Mas.

(…)

Hay que abordar los problemas en sanidad o en enseñanza, dos cuestiones clave para la ciudadanía, hay que tomar por los cuernos el asunto de la corrupción salpique a quien salpique, hay que negociar con los empleados públicos, hay que asumir la deuda con los farmacéuticos, y hay que acometer de verdad lo que para mí, en estos momentos, es una cuestión gravísima e inaplazable. Me refiero a la pobreza y a su espantoso aumento durante los últimos años.

Según los informes más recientes, proporcionados tan sólo hace una semana por el Idescat (Instituto de Estadística de Catalunya), en el 2013 casi el 20% de catalanes, el 19,8%, para ser exactos, vivía en una miseria que rozaba o estaba ya en riesgo de exclusión social. (…) A día de hoy, en Catalunya viven en la pobreza alrededor de un millón y medio de personas y más de medio millón carecen de cualquier ingreso. Además los desahucios han aumentado más que en el resto de España. No parece que al Govern de la Generalitat le haya preocupado demasiado la situación de ese casi 20 % de ciudadanos.

Es aconsejable que la buena gente y los corresponsales extranjeros tomen conciencia de esta realidad antes de que madure la plaga que ya se está gestando: la de la demagogia populista.

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