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Eduardo Goligorsky

Minoría absoluta

Los planes retrógrados del iluminado han acabado en el vertedero de la 'minoría absoluta'.

Mayoría absoluta, mayoría indestructible, mayoría excepcional, reclamaba el iluminado para poder navegar sin obstáculos hasta la Ítaca soñada. Sería una navegación a la inversa, que atrasaría 300 o 1.000 años el reloj de la historia para dejar a Cataluña en las tinieblas feudales o inquisitoriales donde, a su juicio, y a juicio de sus vasallos mediáticos, imperaba el régimen ideal para desarrollar el alma de un pueblo mítico.

El pueblo real, que no es pueblo sino una suma de ciudadanos pensantes, responsables, laboriosos, pacíficos y dotados de iniciativa personal, le dio una sorpresa y arrojó sus planes retrógrados al vertedero de la minoría absoluta.

Los secesionistas expertos en fraudes pretenderán hacer pasar su mayoría parlamentaria por una mayoría social. ¿Acaso no definieron como mayoritario un Estatuto inconstitucional que sólo aprobó el 36,5 % del censo electoral? ¿Acaso el somatén mediático no sigue machacándonos con el millón y medio de fantasmagóricos asistentes a la Diada del 11-S, cuando hasta su director adjunto reconoció que no pudieron ser más de 600.000? Ahora, habrían necesitado sumar más de 2.650.000 votos para poder hablar de mayorías. Ni remotamente absolutas pero mayorías al fin. Y todos juntos no llegan a los 2.000.000.

Artur Mas y sus adláteres embarcaron a Cataluña en una descabellada aventura secesionista que ha degenerado en el despilfarro de millones de euros y de miles de horas de esfuerzos y trabajos productivos, en la fractura interna de las sociedades española y catalana, en el deterioro de la imagen exterior de España y Cataluña y en el crecimiento de fuerzas políticas hostiles a la convivencia y al sistema de libertades cívicas y económicas. Fuerzas políticas que fomentarán el caos y le harán la vida imposible al Gobierno de la Generalitat si este no opta por cambiar de socios y retomar el camino de la cordura.

El referéndum ya se ha celebrado en las condiciones propias de un régimen democrático, mediante elecciones. La mayoría de los ciudadanos –y ahora sí es la mayoría absoluta– ha optado por la vía de la razón y no por la de los instintos viscerales.

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