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Eduardo Goligorsky

Totalitarismo sin afeites

La concertación de los dos estadistas emblemáticos ya no es solo un sueño. Llega a tiempo para desbaratar la pesadilla de una dictadura totalitaria en Cataluña.

La concertación de los dos estadistas emblemáticos ya no es solo un sueño. Llega a tiempo para desbaratar la pesadilla de una dictadura totalitaria en Cataluña.

El totalitarismo sin afeites gobierna Cataluña. Cuidado con los equívocos: me refiero al equipo de políticos que monopoliza las riendas del poder y no a la base social, compuesta por ciudadanos amantes de la democracia, las libertades individuales, la cultura universal, la iniciativa privada, la solidaridad y la sana convivencia. El problema capital consiste en que los jerarcas se han encaramado en sus puestos mediante pactos contra natura, reforzados por purgas inquisitoriales, siempre de espaldas a la voluntad de los electores. Y la prolongación de este modus vivendi anómalo puede desembocar, ahora sí, en una degeneración del tejido social que culmine en el acomodamiento pasivo a las arbitrariedades del sistema totalitario. Un fenómeno que ya se ha verificado en España bajo el régimen de Franco y en la mayoría de los países sometidos a dictaduras.

La disciplina de los Maduro

El totalitarismo encubierto gobernó Cataluña durante los años en que sus adictos marchaban con paciencia hacia la independencia, pero se quitó los afeites cuando sustituyó la senyera tradicional por la estelada sectaria, al mismo tiempo que sus leguleyos empezaban a elaborar vías tramposas y, sobre todo, secretas para perpetrar la desconexión exprés sin margen para el debate parlamentario. Totalitarismo puro y duro que aplica la disciplina de los Maduro, los Erdogan y los déspotas de segunda categoría como la cleptócrata Cristina de Kirchner, que vociferaba: "¡Vamos por todo!".

Aquí la consigna de Carles Puigdemont, también de matriz kirchnerista, es: "Damos miedo y daremos mucho más", amenaza que le hace opinar a Rafael Jorba ("El president lo ha conseguido", LV, 7/7):

No parece que las palabras hayan hecho mella en el Estado, pero sí en los ciudadanos de Catalunya que no piensan como él o que se atreven a verbalizar en público sus dudas, como el caso del ya ex conseller Jordi Baiget. La llamada revolución de las sonrisas enseña su verdadero rostro: la independencia exprés se está poniendo en marcha con una calidad democrática bajo mínimos. Basta con leer los borradores de las leyes de desconexión y el texto de la ley del Referéndum para constatarlo.

(…)

Si lo que pretendía el president Puigdemont era dar miedo, a fe que lo está consiguiendo. Pero desde el miedo no se construye un país ni se gana el respeto de los países vecinos, (…) Puigdemont da miedo. Tarradellas infundía respeto (y solo tenía miedo de una cosa: de hacer el ridículo).

Celebrando cabezas cortadas

El subidón totalitario no asusta a los paladines del régimen. Todo lo contrario: los reconforta la belicosidad del líder. Sentencia Francesc-Marc Álvaro, celebrando cabezas cortadas ("Gesto antes del choque", LV, 6/7):

Carles Puigdemont necesitaba un gesto de autoridad y las palabras del conseller Baiget le han puesto en bandeja una actuación para reforzar su perfil antes del choque con Madrid. En la narrativa del independentismo hiperventilado, la cabeza cortada del ex responsable de Empresa es un aviso triunfal para tibios, dudosos y convergentes de la vieja escuela.

La purga urgía, explica Álvaro, porque la grotesca Armada Brancaleone (¡inmortal Vittorio Gassman!) del secesionismo está en proceso de dispersión. Gime Álvaro:

Que los castigados por el 9-N ya no son un bloque compacto, porque Homs y Ortega han apoyado (de manera contundente) a Baiget, mientras que Mas y Rigau han dado la razón al president. Que la falta de fluidez en las relaciones de Puigdemont y Marta Pascal debilita gravemente al PDECat y la refundación de este espacio. Y que, dentro de la polvareda del proceso, la miseria de la política no es menor que su azarosa grandeza.

No podía faltar en el coro de obsecuentes el aporte de Pilar Rahola, que acertó, desde el punto de vista médico, al definir la decisión rápida y contundente de Puigdemont, o sea la purga, como "catártica" ("Crisis y catarsis", LV, 5/7):

Puigdemont le ha dicho al Ejecutivo que solo pueden quedarse en el Govern los que están decididos a llegar hasta el final; a su partido –que no esconde el disgusto–, le ha recordado que es él quien comanda este proceso y que no está dispuesto a muchos trapicheos; y a los socios les ha demostrado que su determinación es absoluta.

CUP gobierna el proceso

Con este "¡A sus órdenes, comandante!", Rahola intenta ocultar que quienes gobiernan realmente el proceso secesionista son los anarco-trotskistas de la CUP, sobre los que ella vertió, con razón, su vómito (LV, 1/7). Vómito que, como señalé en "Martillos de herejes en Cataluña", LD, 7/7) también pringa a todos los que se subordinan a estos crápulas de izquierda.

Lluís Foix desenmascara esta subordinación ("Grandilocuencias temerarias", LV, 6/7):

El president Carles Puigdemont ha decidido hacer caso a la CUP y ha cogido la calle de en medio. Cesó al conseller Baiget porque los cuperos se lo exigían y ha aceptado el calendario que le proponen los anticapitalistas con el riesgo de crear una fuerte división en el seno de su partido, que se ve arrastrado por la CUP y por Oriol Junqueras, que actúa como si todo lo que ocurre no fuera con él. Rajoy habló ayer de delirios autoritarios y frentistas. Puigdemont nos lleva a una confrontación sin que tenga una mayoría social que le siga y vulnerando el Estatut, la Constitución y las advertencias continuadas de la Comisión de Venecia y la Unión Europea. No se puede tirar por la borda el pluralismo político.

Imposible sintetizar con mayor precisión lo que está sucediendo.

Componente fascista

El hecho de que la CUP sea anarco-trotskista basta para definir como totalitario el proceso secesionista en el que lleva la voz cantante. Pero ¿tiene también un componente fascista? Se sabe que existen vasos comunicantes entre todos los totalitarismos, y en este caso Arturo San Martín nos da una pista ("La cabeza de Baiget", suplemento "Quién", LV, 8/7). Reproduce San Martín la conversación que mantuvo hace unos años con un filólogo gerundense que ya entonces decidió definirse como "independentista democrático" y dimitir de su cargo de rector universitario. ¿Por qué "independentista democrático"? He aquí su respuesta entrecomillada y las acotaciones de San Martín sobre el contexto:

"Algunos catalanes y catalanes independentistas siguen creyendo que no pueden ser fascistas porque el fascismo en Catalunya es imposible". Aquellos días (…) su universidad estaba alborotada y ya se comenzaba en la misma a no respetar la libertad de expresión, la libertad de pensamiento. Fueron aquellos días de violencia. También física. (…) "Me considero un fracasado. Mi generación no ha sabido educar a demócratas. Ignorándolo o no hemos educado a dos generaciones de fascistas".

Remata San Martín:

Y algunos de aquellos fascistas, ay, han llegado ya a las instituciones políticas y públicas.

Estadistas emblemáticos

Anarco-trotskistas que gobiernan el proceso. Fascistas en las instituciones. Totalitarismo sin afeites. Es bueno que la plana mayor histórica de la política española tome conciencia de que debe forjar un frente hermético contra la debacle. Lo soñé hace más de un año y se ha hecho realidad ("La perdiz mareada", LD, 12/2/2016). Reproduzco parte de lo que escribí entonces, sin pretender atribuirme dotes proféticas:

Tuve un sueño. (…) El entorno y la concurrencia me decían que estábamos en algún lugar de España. Sobre el estrado, dos hombres dialogaban frente a un micrófono. Los unía el hecho de que cada uno de ellos pasaba un brazo sobre los hombros del otro. No oía lo que decían porque en sueños, como en la vida real, me perseguía una incipiente sordera. Solo captaba algunas palabras que además leía en el movimiento de sus labios. "Solidaridad", decían. "Convivencia", decían. "Igualdad", decían. "Justicia", decían. "Libertad", decían". "Unidad", decían. "Españoles", decían.

¡Que bien hablaban Felipe González y José María Aznar –porque eran ellos– unidos, abrazados, en el edén onírico! Si se hiciera realidad la alianza soñada de los dos curtidos guías y guardianes de la Transición, injustamente hibernados, nos darían el testimonio definitivo de su compromiso patriótico con la sociedad asediada por amenazas sin precedentes. Se unieron para defender la democracia en Venezuela. Que lo hagan ahora para defenderla en España.

La concertación de los dos estadistas emblemáticos ya no es solo un sueño. Llega a tiempo para desbaratar la pesadilla de una dictadura totalitaria en Cataluña.

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