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Eduardo Goligorsky

Una fuerte dosis de cordura

La mejor vacuna contra esta plaga es la Ley. 'Dura Lex, sed Lex'.

La mejor vacuna contra esta plaga es la Ley. 'Dura Lex, sed Lex'.
Sánchez e Iglesias, en el Congreso. | EFE

Temo que se equivoquen quienes se ciñen a los esquemas políticos clásicos para explicar lo que está sucediendo en España. Pienso que aquí el proceso de degradación –que no de otra cosa se trata– debería estudiarse como si se estuviera desarrollando en sucesivos pabellones de un instituto frenopático, con los diagnósticos y el lenguaje propios de la psiquiatría.

Imitador de psicópatas

Todo empieza por el pabellón de las autoridades, que ha sido ocupado, como en la película de Milos Forman Alguien voló sobre el nido del cuco, por un grupo de dementes. El capitoste, un megalómano ayuno de escrúpulos, comparte el timón de mando con el apologista, discípulo y potencial imitador de los psicópatas que dejaron un tendal de cien millones de muertos el siglo pasado en nombre de la dictadura del proletariado. Lógicamente, estos orates se movilizan para destituir al director legítimo del establecimiento, desembarazarse de los guardianes y desterrar los valores de la vida normal.

En los pabellones vecinos se agrupan diversas categorías de reclusos. Sobresalen dos bandas con delirios de grandeza, que reniegan del establecimiento que les da cobijo y alimento, libran una sorda guerra entre ellas y se turnan para sacar provecho de la complicidad con los jefazos. Y en las horas de recreo se suma a esta turba un pelotón de desquiciados que están allí purgando los crímenes que cometieron para imponer su régimen de terror racista.

Escenificación esperpéntica

Bajemos a la tierra. He urdido esta escenificación esperpéntica para enfatizar el peligro demoledor que entraña el pandemónium de la política española. Un fenómeno que tiene nombres y apellidos. El presidente felón Pedro Sánchez compinchado con el vicepresidente segundo comunista Pablo Iglesias para derrocar la Monarquía constitucional, enviar al desguace los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado, castrar el Poder Judicial y fundar un mosaico de satrapías hostiles a nuestra civilización. Junto a ellos, apoyándolos u hostigándolos con tácticas barriobajeras, las dos sectas de renegados de su nacionalidad española, enfrentados entre sí por su instinto reptiliano pero unidos contra la sociedad abierta. Y, en fin, la casquería bilduetarra pactando con todos los usufructuarios del ‘cuanto peor, mejor’.

Es precisamente la magnitud desorbitada y la naturaleza patológica de la agresión que sufre el Reino de España lo que obliga a adoptar medidas profilácticas y terapéuticas tan excepcionales como las que se implementaron contra la pandemia del covid-19. Medidas que trasciendan, como señalaba en el comienzo de este artículo, los esquemas clásicos de la contienda política. Aquí no se trata de izquierda contra derecha, ni de liberales contra conservadores. La disyuntiva es otra, de vida o muerte: cordura contra demencia.

Cuáles son los anticuerpos

La urgencia de bloquear el avance de la insania exige deponer sectarismos y aplicar una fuerte dosis de cordura. Para reunir esa fuerte dosis de cordura es indispensable prescindir de los prejuicios y los apriorismos políticos. La receta la encontramos, paradójicamente, en los discursos belicosos de los orates. Estos saben mejor que nadie cuáles son los anticuerpos que los neutralizan, y cuando los demonizan arteramente nos dan la pista de que son eficaces, por lo que debemos recurrir a ellos.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias vomitan difamaciones contra el Partido Popular y Vox, tildándolos de franquistas y golpistas porque les temen, como la niña poseída temía, en la película, al exorcista. Y para evadirse del castigo por sus tropelías desvían la atención del público haciéndole medir los decibelios de los discursos de Pablo Casado y Santiago Abascal, y de Cayetana Álvarez de Toledo y Alberto Núñez Feijóo, cuando lo que importa es que todos ellos desenmascaran, cada cual con su estilo, a la pandilla que traiciona a España, y militan, por lo tanto, en el bando de la salud mental. Bienvenidos sean, mientras cumplan con este deber patriótico. Polemizar sobre sus méritos es hacer el juego al enemigo.

Un caso aparte es el de Ciudadanos. Su voto afirmativo a la prolongación del estado de alarma ha generado dudas en algunos sectores sobre su lealtad al bloque de la cordura. ¿La prueba del tornasol? Oriol Junqueras y Gabriel Rufián son explícitos: "Sánchez debe elegir. Ciudadanos o nosotros". Más claro, imposible. Ciudadanos es otro antídoto que actúa sobre los lunáticos como los dientes de ajo sobre los vampiros, ahuyentándolos. El anatema para ERC es, en este caso, la insobornable campaña de Cs contra el supremacismo, coronada por la cláusula de su pacto con el Gobierno que garantiza la igualdad territorial en los planos político, sanitario y económico, igualdad de la que solo están excluidas, contra natura, la Comunidad Vasca y Navarra. La necesidad de derogar estos privilegios anacrónicos es otra razón para fomentar la consolidación del bloque de la cordura: PP, Ciudadanos y Vox, como en el acto patriótico de la plaza de Colón, del que solo se avergüenzan quienes se dejan embaucar por la propaganda taimada de la anti España.

¿Y el PSOE?

Sí, es posible contar con Ciudadanos para la defensa de la cordura. Con eso no basta. Ya sabemos en qué pabellón del frenopático trama sus imposturas Pedro Sánchez. Eso es sanchismo en estado puro. Pero ¿y el PSOE? El contubernio de supremacistas y comunistas no las tiene todas consigo. Escribe el intrigante Francesc-Marc Álvaro ("El pus y las terrazas", LV, 28/5):

Es también –me aseguran algunos amigos de la capital española– una pugna entre un PSOE que añora las comodidades de antaño y un PSOE que ha decidido arriesgarse por el jardín prohibido de unas alianzas inéditas. La nostalgia incurable de un pacto PSOE-Cs es el motor de algunos desairados.

No perdamos las esperanzas. A medida que se vuelvan insoportables las miasmas del proceso de putrefacción que fermenta en lo que Álvaro considera el "jardín prohibido" de la entente antiespañola irán asomando los islotes de cordura todavía enclaustrados. Los primeros afloraron cuando se consumó el acoplamiento con la hidra comunista, y sus protagonistas fueron los próceres de la vieja guardia: Felipe González, Alfonso Guerra, Joaquín Leguina, Nicolás Redondo Terreros.

La paciencia colmada

Las humillaciones a los pies de los energúmenos bilduetarras y de los renegados antiespañoles han terminado de colmar la paciencia de los custodios de la racionalidad dentro del PSOE, hasta ahora excesivamente parsimoniosos. Por ejemplo, el presidente de Castilla-La Mancha, Emiliano García-Page (LV, 26/5),

se declaró partidario "desde siempre" de que Sánchez mire más a Ciudadanos y menos –o nada– a ERC y EH Bildu. E hizo saber que estaba "dolido y perplejo" por el pacto suscrito entre el socialismo y la izquierda abertzale. Un pacto, a su juicio, "basado en la extorsión".

A continuación, el mismo diario informa de que al presidente de Extremadura, Guillermo Fernández Vara, le produce "desolación" ver las siglas del PSOE junto con las de Bildu. Y que el acuerdo es mejor con Ciudadanos que con ERC, "porque compartimos un proyecto de país".

El presidente de Aragón, Javier Lambán, es uno de los que más perseveran, dentro de la cúpula de su partido, en la búsqueda de un camino racional para salir de la encrucijada. Su opinión lo retrata (LV, 21/5):

Como ciudadano español y como socialista, celebro el apoyo de Cs a la prórroga del estado de alarma. Ojalá la Moncloa no se vea obligada a volver a recurrir para nada a partidos que no creen en España ni en el futuro común de todos los españoles.

De prisa, de prisa

Estas buenas intenciones seguirán pavimentando el camino del infierno mientras quienes las abrigan, dentro del partido del Gobierno, e incluso dentro del Gobierno mismo, como es el caso de Nadia Calviño y Margarita Robles, no sean capaces de superar las barreras retóricas que los separan de las diversas corrientes de la oposición constitucionalista para forjar con ellas, sin tiquismiquis debilitantes, el bloque de la cordura capaz de desalojar de la Moncloa los pabellones del manicomio que se ha instalado allí.

De prisa, de prisa, apliquemos una fuerte dosis antivírica de cordura antes de que la chusma de locos de remate, intoxicados con jarabes leninistas, se atreva a intentar poner en práctica la obscena quimera bolchevique de tomar por asalto el bastión sacrosanto de nuestra democracia constitucional: el Palacio de la Zarzuela.

La mejor vacuna contra esta plaga es la Ley. Dura Lex, sed Lex.

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