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Eduardo Pedreño

Falsas identidades, vidas ficticias

Internet es un invento maravilloso. Pero la picardía y la caradura humanas no tienen límites, dentro o fuera de la Red

Esta semana se ha creado una enorme polémica en torno a un personaje, Jorge Cortell, y su currículum académico. El porqué el currículo de una persona pasa a ser de debate público es algo que me sorprende. Jorge Cortell, a quien no conozco personalmente, se ha significado en los últimos meses por ir contracorriente en las guerras de la propiedad intelectual, y defender las indudables bondades del P2P, lo que le ha supuesto bastantes dolores de cabeza, censuras y problemas laborales. La polémica en torno a la validez de su currículo me parece estéril. El que comprara o no uno de sus títulos en un “degree mill“ americano (algo que nadie ha aclarado sin rastro de duda) no me inquieta. Tendrá que inquietar a quienes le contraten, si acaso se comprueba que la acusación es cierta. Cortell no ha quedado desautorizado como portavoz del P2P porque Cortell no es portavoz de nada, es una persona que ha utilizado los medios a su alcance para difundir sus ideas. Y si ha hecho algo ilegal o poco legítimo las consecuencias las sufrirá el propio personaje.
 
En realidad la polémica suscitada en torno a Cortell me preocupa poco. Pero me ha hecho reflexionar acerca de las falsas identidades en la Red y los falsos diplomas. Porque sí, señores, fabricar una biografía es muy fácil y en Internet más. No hace falta ser Luis Roldán. Ya sé que Pedro Farré (no me resisto a parafrasear a José María García y llamarle Pedro, Pedrito, Pedrete) quiere que naveguemos con un carnet en la boca, pero al día siguiente de instaurar tamaña estupidez ya habría carnés falsos. Me he dedicado a hacer una somera investigación y les voy a contar cómo podría empezar a reconstruir mi vida para saltar al vagón de primera. Porque si Cortell intentaba tomarnos el pelo, francamente, era un pardillo.
 
Porque veamos, puestos a falsificar diplomas no hace falta acudir ni a un degree mill ni a nada parecido. Podemos graduarnos en Harvard u obtener un MBA en Stanford en tan sólo 5 minutos (con nuestra trascripción de notas incluida): tenemos buenos ejemplos aquí, aquí y aquí. Si no nos estafan (cosa harto probable) por unos cientos de dólares tendremos nuestro título y nuestras calificaciones falsas. Y que nadie se engañe, se trata de un negocio millonario como atestigua este libro.
 
Si quiero irme a un degree mill más tradicional, podemos seguir el ejemplo de Belford University o Ashwood University, que por unos 500 dólares, y tras una dura semana de estudio, nos da diplomas que pasan por oficiales aunque no los reconozca ni el tendero de la esquina. En un lugar como España, ¿quien narices se va a enterar de que Belford o Ashwood son una tomadura de pelo?
 
También puedo obtener carnés de identificación falsos. Naturalmente si se trata de acreditaciones oficiales estoy traspasando el umbral de la legalidad penal (no es que lo demás sea muy legal tampoco), pero pongamos que son acreditaciones profesionales. En un sitio como este podemos crear nuestra muy útil acreditación de periodista, de investigador privado u otras tantas por un puñado de dólares y con un nivel de sofisticación considerable.
 
Si no tenemos dinero para invertir tanto en nuestro engaño tenemos alternativas más baratas que currarnos en casa. Por ejemplo, esta. O incluso esta, pese a que el anuncio suena más bien a chufla. Si no se nos da bien la reprografía podemos pedir los diplomas ya hechos a falta de imprimir sólo los detalles.
 
Internet es un invento maravilloso. Pero la picardía y la caradura humanas no tienen límites, dentro o fuera de la Red. Hace poco leía un artículo de Alfons Cornellá en el que argumentaba que vivimos en una era en la que lo falso ha pasado a ser más que lo real, una nueva “nueva religión social” en la que la estética triunfa, la falsedad es un mal menor y todo va en servicio del artificio. La recreación de los canales de Venecia de Las Vegas es para muchos americanos mejor que la Venecia real (claro, los canales no huelen). Cubrimos nuestros deseos de aparentar lujo con Rolex y Breitlings falsos, y llegamos a jugar con nuestra vida laboral (con las connotaciones que ello puede tener para mucha gente) aparentando títulos que no poseemos. Internet permite todo eso. Lo ha facilitado hasta extremos insospechados. Pero no es su causa.
 
Así que nuestra obligación es contrastar lo importante y minusvalorar lo accesorio. Y lo importante en lo que nos ocupa son las personas, las ideas y las conversaciones.

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