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Diario de Verano: "Bonjour, Tristesse" o el azar de las novelas de verano

Hay libros como éste que no volvemos a leer, del mismo modo que hay cosas que no volvemos a pensar pero que fueron capitales en nuestra vida.

Una casa de verano en un pueblo francés. Muy cerca, suena, sopla, respira el Atlántico. Las calles semivacías, las ventanas cerradas, las paredes, los sonidos callados de las cosas tienen un color, una luz inconmoviblemente blancos. Los dueños de la casa han dejado bastantes libros en estanterías de paso o muebles de escritorio acristalados, sin mayor interés. Son minucias afectivas, retazos de adolescencia y juventud, o, simplemente, libros de ver por dónde va la vida, lecturas de paso. Hay autores católicos, formales, apenas leídos hoy fuera de Francia: Pagnol, Clavel, D´Ormesson, Henri Troyat, Jean des Cars, Benoît Groult, Claude Michelet. Otros son europeos que no hace mucho parecían obligatorios: Pearl S. Buck, Herman Hesse, el favorito –a juzgar por la colección- de alguno de los que habitaron la casa.

En la estantería de un dormitorio, una reedición de bolsillo de una novela de Françoise Sagan: seguramente leída por casi todos los adolescentes en casi todas las casas de Francia, casi todos los veranos: "Bonjour Tristesse". No es difícil reconocerse en un adolescente cualquiera, porque todos hemos de pasar por el trámite del acné y la melancolía para llegar a adultos, ese estado en el que nos aburre el aburrimiento de la adolescencia. Y hay libros como éste que no volvemos a leer, del mismo modo que hay cosas que no volvemos a pensar y que, sin embargo, fueron capitales en nuestra vida; por ejemplo, la primera vez. No hace falta decir de qué: la primera vez.

Leo, pues, "Bonjour Tristesse" en una de estas mañanas blancas, atlánticas, como abandonadas en días sin hacer. Y vuelve a gustarme, como entonces, cuando era alguien que aún no era, por esa sensación de sol y desconcierto, tan típicamente caótico y adolescente como el propio mes de Agosto. Y al final del libro, tan bien concluido pero tan previsible que sé que dentro de unos meses apenas la recordaré, siento un bienestar de mediodía. Por la poca pena que me da esa juventud, tan parecida a mi juventud y a todas, por este libro tan logrado, tan adecuado como descartable, igual que el acné, que el sol de las playas donde no estuvimos, que la primera vez que, como ya sabíamos pero no sabíamos, no era más que la primera vez.

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