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Emilio Campmany

Con su pan se lo coman

Los talibanes del antitabaquismo se han salido con la suya prohibiendo la presencia de los que fumamos en todos los espacios públicos para no tener que elegir entre nuestra compañía y un espacio sin humo.

Mis amigos no fumadores deben de estar de enhorabuena. Habrán saludado el nuevo año brindando por no tener ya que soportar mis humos. Pues con su pan se lo coman porque de lo que pueden irse despidiendo igualmente es de mi compañía. Se acabaron las cenas de los viernes en el bistrót de Chamberí, en el restaurante chic de la calle de Alcalá o en la marisquería de la carretera de La Coruña. Y si creen que para poder fumar y seguir disfrutando de su amistad, les voy a estar invitando a mi casa a comerse mis patatas dauphinois al gratén, amorrarse a mi Vega Sicilia y ahogarse en mi whisky de malta, van de ala. A menos, claro está, que estén dispuestos a corresponder y que, en justa reciprocidad, me den la oportunidad de dejarles su salón con un embriagador aroma a habano que les garantizo no se disipará en días.

Quiero desde aquí también enviar un cariñoso saludo a todos los camareros y maîtres que durante años me han atendido y cuidado porque no me van a ver más por sus restaurantes. Ya sé que, a pesar de mis habilidades culinarias, nunca seré capaz de preparar un buen Strogonoff ni una bearnesa como Dios manda, pero qué le vamos a hacer. No hay pularda, faisán, pintada, pichón o pato que me merezca la pena si, tras haberlo saboreado, no puedo rematarlo con un buen puro.

Tampoco pienso acudir ni a una sola boda que se celebre en local cerrado, por guapa que esté la novia y por apuesto que sea el novio. Les mandaré mi regalito, necesariamente más modesto en consideración a que se ahorrarán dos cubiertos, el de mi mujer y el mío, y que sean muy felices y que coman perdices.

Lo que me saquen a base del impuesto sobre las labores del tabaco, me lo ahorraré en comidas y cenas y creo que saldré ganando. Y los no fumadores pueden consolarse pensando que ese dinero se empleará en subvencionar el carbón y que unos cuantos mineros mueran de silicosis extrayéndolo.

Al final, los talibanes del antitabaquismo se han salido con la suya prohibiendo la presencia de los que fumamos en todos los espacios públicos para no tener que elegir entre nuestra compañía y un espacio sin humo. Sin embargo, de hecho, la ley ha elegido por ellos, al menos en lo que a mis amigos se refiere. De mí no será sólo el humo lo que dejarán de soportar porque no me verán el pelo.

Es probable que muchos de ellos logren, gracias a la ley, vivir muchos más años que yo y tengan así más tiempo para aburrirse soberanamente tomando cafés sin la compañía de los que fumamos. Ahora, que no crean que me dan ninguna envidia. Lo único que les espera es llegar más o menos vivos, asediados de achaques, a los noventa y que, al primer constipado, los apiole un discípulo del doctor Montes al amparo de otra ley también muy progresista. Y mientras llega ese entrañable momento, que disfruten libres del tabaco, de las cacas de perro que ensucian las aceras de sus ciudades, de la peste a sobaco que se respira en los autobuses durante el verano y de la contaminación que producen los escapes de sus coches.

Lo dicho: con su pan se lo coman.

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