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Emilio Campmany

Don Juan Carlos y su pueblo

Se cumple un año desde que condenamos al exilio a quien fuera nuestro rey. Debe de ser que los españoles somos muy exigentes con nosotros mismos y con quienes nos gobiernan.

Se cumple un año desde que condenamos al exilio a quien fuera nuestro rey. Debe de ser que los españoles somos muy exigentes con nosotros mismos y con quienes nos gobiernan.
Busto del rey emérito Juan Carlos I, retirado de la localidad madrileña de Pinto. | Europa Press

Se ha cumplido este martes un año desde que condenamos al exilio a quien fuera nuestro rey, Juan Carlos I. Debe de ser que los españoles somos muy exigentes con nosotros mismos y con quienes nos gobiernan. Sin embargo, la verdad es que los españoles evadimos cuantos impuestos podemos a poco que vislumbremos que no nos van a pillar o cobramos subsidios a los que no tenemos derecho fingiéndonos enfermos, desempleados o inválidos. No faltan empresarios que no pagan la Seguridad Social, corrompen políticos para que les dejen hacer lo que legalmente no pueden o cobran subvenciones que no les corresponden, a veces creadas con ese exclusivo fin. Los que no lo hacemos envidiamos la listeza de quienes son capaces de escamotear al Fisco parte de lo que deberían pagar o de quienes consiguen arrancar indebidamente al Estado algo del dinero que pagamos tan de mala gana.

¿Y los políticos? Suben y suben los impuestos para tener dinero suficiente con el que alimentar a su clientela, que también es parte de ese pueblo tan exigente con Don Juan Carlos. Diseñan los impuestos para recaudar lo que necesitan dando por descontado lo mucho que se va a defraudar, lo que hace que quien pague todo lo que le corresponde sea más un gil que un ciudadano ejemplar. Sabemos que muchos, pero muchos, políticos roban contando con lo improbable que es que los cojan. Y cuando de vez en cuando pillan a alguno, apenas pasa unos meses en la cárcel, y luego a disfrutar de lo robado. Eso si no resulta beneficiado por un indulto, un error judicial, un tecnicismo jurídico o cualquier otro expediente. Los únicos que pagan con su libertad lo que han robado son los que son objeto de venganzas políticas por parte de otros tan corruptos o más que ellos.

Pues bien, ese pueblo, en el que se integran los que hacen esas cosas y los que las toleramos, es el que se permite el lujo de someter a Don Juan Carlos a un severo listón de exigencia por no pasarle a él lo que tantos españoles han hecho y aún siguen haciendo a nuestra vista, ciencia y paciencia. Baste el ejemplo de Felipe González, en cuya época se desató un tsunami de corrupción, y que montó desde la presidencia del Gobierno una banda terrorista que cometió un crisol de crímenes, del asesinato abajo, incluido el robo de fondos públicos. A ése, todos los medios de comunicación y el público en general le llevan en palmitas allá donde va, mientras escuchamos sus monsergas como si nos hablara el oráculo de nuestra democracia.

A Don Juan Carlos, como a Torcuato Fernández-Miranda y a Adolfo Suárez, le debemos los españoles no sólo la democracia, sino el haberla traído casi sin sangre, salvo la derramada por los terroristas que hoy se sientan en el Congreso de los Diputados y ayudan al Gobierno a sacar adelante su disparatado programa. Toleramos eso y tantas cosas más, pero a Don Juan Carlos que le den. Esos somos nosotros, los españoles. Vergüenza debería darnos.

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