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Emilio Campmany

El candidato que se creía presidente

Que Sánchez, el candidato, deambule por el escenario político nacional con aires de estadista y ademanes serios no le convierte en lo que no es.

Lo que podríamos llamar el estilo Sánchez de negociar una investidura es cuando menos peculiar. Olvida el secretario general del PSOE que él no pasa de ser el candidato que ha propuesto el rey para ser investido presidente del Gobierno. Como tal, puede comprometerse con las fuerzas políticas que lo investirán a hacer lo que aquéllas quieran a cambio de su voto. Pero no puede, con carácter previo, hacer cosas que sólo un presidente del Gobierno puede hacer. No puede porque negocia en calidad de candidato y porque, aunque formalmente sea presidente, está en funciones. Si ya hubiera sido investido y alguna fuerza política le exigiera algo a cambio de apoyar por ejemplo los presupuestos generales, la demanda podría ser inmoral o ilegal, pero al menos se habría dirigido a quien está en condiciones de satisfacerla. Sánchez, en la medida en que todavía no es más que un candidato, a lo más que puede comprometerse es a cumplirla una vez haya sido investido. Y eso, con independencia de la inmoralidad o ilegalidad de lo que la Esquerra le exija, que es, como casi todo en el independentismo catalán, muy inmoral y muy ilegal.

Que Sánchez, el candidato, deambule por el escenario político nacional con aires de estadista y ademanes serios no le convierte en lo que no es. Y es inquietante que los medios de comunicación no lo denuncien, deslumbrados unos con la enormidad de las concesiones que Sánchez hace y empeñados otros en defenderle en todo lo que ceda con tal de ver a su engreído correligionario investido presidente. El debate acerca de hasta dónde puede o no comprometerse el candidato es primordial y en eso puede haber, como de hecho hay, diversidad de opiniones. En lo que no puede haberla es en que, sea lo que sea a lo que se comprometa, sólo podrá cumplirlo cuando sea presidente del Gobierno tras ser debidamente investido, no antes.

El empeño de Esquerra de llevar al insensato socialista a este terreno no es por supuesto inocente. Está, por un lado, la duda de si Sánchez cumplirá lo que promete. Es una duda más que razonable, habida cuenta de los antecedentes. Pero está también el trasladar a la opinión pública española la imagen de que quien negocia hoy con Esquerra no es el candidato Sánchez, sino el Gobierno de España, a quien Junqueras está obligando a hincar la rodilla. El que Sánchez esté dispuesto a usurpar el cargo de presidente en un ámbito en el que sólo puede intervenir como candidato es inaceptable. Pero lo peor es que los medios no lo pongan de manifiesto.

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