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Emilio Campmany

El diplomático imprudente

Si a uno lo nombran ministro de Asuntos Exteriores, ha de ser consciente de que lo han puesto al frente de la diplomacia española.

Si a uno lo nombran ministro de Asuntos Exteriores, ha de ser consciente de que lo han puesto al frente de la diplomacia española.

Es verdad que no es indispensable ser juez para ser ministro de Justicia ni técnico comercial del Estado para serlo de Economía, ni, por tanto, diplomático para ocupar la cartera de Exteriores. Pero al menos el designado, por lego que sea, tiene la obligación de intentar aprender el manejo de las herramientas del cargo y familiarizarse con los rudimentos del oficio. Por eso, si a uno lo nombran ministro de Asuntos Exteriores ha de ser consciente de que lo han puesto al frente de la diplomacia española. Tal puesto requiere cuando menos ser discreto y cauto, especialmente en las declaraciones públicas. Eso lo sabe cualquiera. Hasta tal punto es así que, cuando nos metemos donde nadie nos llama, una de las disculpas más manidas es la de alegar que no somos del cuerpo diplomático. García Margallo tampoco, pero ya que está al frente del ministerio de Asuntos Exteriores, podría hacer un esfuerzo para que no se le notara.

Su última metedura de pata ha sido la de ofrecerse como mediador en el conflicto interior venezolano. Tiene razón El Mundo cuando afirma que no fue eso exactamente lo que dijo el canciller español. Pero es que contestó a una pregunta formulada precisamente en esos términos y el ministro mostró su disposición a aceptar una oferta que se le hiciera en ese sentido. Cualquier político de medio pelo sabe que, cuando te pregunta un periodista si estarías dispuesto a aceptar tal cargo, prebenda, misión o encargo nunca se puede contestar que sí, como hizo Margallo. De otro modo al día siguiente te encuentras un titular que dice que aspiras a ese cargo, prebenda, misión o encargo. En esos casos, lo que se responde es que la cuestión no está planteada, y que cuando se plantee, si se llega a plantear, ya se pensará uno qué contestar. Para saber eso no hace falta ir a la Escuela Diplomática.

No obstante, hay una disculpa para Margallo. Desde que somos una democracia, se nos ha hinchado el pecho, nuestro paso ha cogido gravidez y nuestros gestos, empaque. Parece como si no hubiera otra democracia más seria y limpia en el mundo que la nuestra. Y la prueba de este complejo de superioridad que nos embarga la tenemos en nuestras leyes penales, que atribuyen a nuestros jueces jurisdicción universal para desfacer los entuertos del mundo, fieles a nuestra tradición quijotesca. Vamos a ver, si Garzón puede investigar los desmanes de la dictadura de Pinochet e Ismael Moreno los vuelos de la CIA, ¿por qué no va a poder Margallo mediar en un conflicto interno en la desamparada Venezuela?

Maduro no es Demóstenes, pero si nos espetara que más nos valdría ocuparnos de mejorar la calidad de nuestra democracia, que buena falta le hace, en vez de apresurarnos a intervenir en los asuntos internos de su país, yo tendría que estar lamentablemente de acuerdo con él.

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