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Emilio Campmany

Flema y estulticia

Tenemos a un enemigo que quiere matarnos. Y es nuestra obligación, pero especialmente la obligación de nuestras autoridades, defendernos de él.

Cuando en los setenta las organizaciones terroristas de extrema izquierda mataban a alguien, los izquierdistas lo justificaban de las más variopintas maneras. A veces, si el asesinado era un policía o un militar, alegaban que la posibilidad de morir de un tiro o una bomba iba en el sueldo. En otras apelaban a la opresión que padecían las clases humildes o los católicos irlandeses o los trabajadores vascos. Luego, cuando los palestinos se hicieron terroristas tras perder tres guerras con Israel, la izquierda simpatizó también con ellos, quizá porque recurrir a los mismos medios que la extrema izquierda les hacía parecer de la misma cuerda. Así, pasado el tiempo, han llegado hasta nuestros días justificando, comprendiendo y edulcorando el terrorismo islámico, no obstante alimentarse éste de una ideología reaccionaria que nada tiene que ver con los teóricos ideales de la izquierda.

El mensaje ha sido asumido incluso por los políticos de la derecha meliflua, que insisten, como ha hecho Theresa May hoy e hizo Angela Merkel ayer, en que los terroristas no podrán acabar con nuestro régimen de libertades. En esto no hay ninguna diferencia con lo que transmite John Carlin en El País, que puede valer por todos los comentarios de la izquierda. Todos vienen a decir que lo mejor que se puede hacer contra el terrorismo islámico es nada. Eso, ahora. Luego, cuando pasen unos días, llegará el apaciguamiento, reuniones con representantes de las comunidades musulmanas para ver qué se puede hacer para mejorar sus condiciones de vida, para que practiquen su religión en público más cómodamente, para ver si así, con un poco de suerte, dejan de matarnos. Y mientras tanto los muertos tendrán que conformarse con ser carne de estadística, un caso entre millones que tuvieron la mala suerte de estar en el lugar equivocado en el momento equivocado.

¿Se imaginan que Churchill hubiera hecho el discurso de May tras un bombardeo de Londres por aviones de la Luftwaffe? ¿Qué creen que hubieran hecho en The Guardian con el artículo de Carlin si hubiera pretendido publicarlo el día después del atentado de Hyde Park en 1982?

Tenemos a un enemigo que quiere matarnos. Y es nuestra obligación, pero especialmente la obligación de nuestras autoridades, defendernos de él. Qué medidas haya que tomar es algo discutible. Lo que es inaceptable es que no haya que hacer nada. Los hay que quieren echar a los musulmanes de Europa. No parece indispensable. Si cada vez son más los que defienden tan disparatada medida es precisamente porque no se toma ninguna para combatir a este escurridizo enemigo. No hacemos nada para evitar que el Estado Islámico controle áreas de territorio de las que extrae, exprimiendo a su población, financiación para su actividad terrorista. No hacemos nada para derrocar a los Gobiernos que financian el terrorismo islámico. No hacemos nada para impedir que la propaganda islamista se propague por internet. No hacemos nada para perseguir penalmente la ideología fundamentalista islámica. Y como no hacemos nada de esto, viene un Trump o un Wilders o una Le Pen y sus disparates atraen a según qué personas porque al menos ellos quieren hacer algo para defendernos de estos criminales. Si seguimos considerando a las víctimas del terrorismo islamista algo parecido a los fallecidos por accidente, como ha hecho de alguna manera May y más a las claras Carlin, vendrán quienes solucionen el problema a lo bestia, y a ver dónde acaban esas libertades por cuya defensa preferimos no hacer nada.

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