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Emilio Campmany

Gabriel, en la senda de Lenin

Pero no es descartable que acabemos viendo a la otrora aguerrida activista volver a la Ciudad Condal inevitablemente rendida a los diseños de Chanel.

Pero no es descartable que acabemos viendo a la otrora aguerrida activista volver a la Ciudad Condal inevitablemente rendida a los diseños de Chanel.
Anna Gabriel | Cordon Press

Hay países que basan su propia estabilidad política en ayudar a reducir a escombros la de los demás. El caso más palmario es el de Suiza. Allí han encontrado refugio los más variopintos revolucionarios, salvajes que, de haber sido suizos, habrían volcado sus esfuerzos en subvertir las instituciones políticas del país que les acogió. Pero que, como no lo eran, buscaron el amparo que se les ofrecía para, con la complicidad o tolerancia del país donde se refugiaron, acabar con la estabilidad de los suyos. Lenin se refugió en Suiza hasta que los alemanes, en 1917, empleando una moderna táctica de guerra bacterio-ideológica, ayudaron al revolucionario a trasladarse a su país natal para que organizara una terrible revolución. La estrategia funcionó y Rusia constituye un caso extraordinario de perdedor de una guerra que su bando acabó ganando un año más tarde.

Anna Gabriel ha seguido fielmente sus pasos. Podía haberse ido a Corea del Norte, uno de los pocos países genuinamente comunista que sobrevive. Podía haberse refugiado en Cuba, donde el comunismo, implacablemente aplicado por los Castro, no deja de estar levemente atemperado por la herencia española y el Mar Caribe. Podía haber elegido Venezuela, ejemplo del comunismo moderno, que se disfraza de democracia con elecciones dirigidas desde el poder y encarcelamiento de la oposición. Pero Gabriel habrá pensado que todos esos países tienen el inconveniente de ser pobres, cosa que ella sabe que se debe precisamente a que están sometidos a regímenes con diferentes formas de comunismo. Es mucho más cómodo refugiarse en un país rico, que lo es gracias a su sistema asquerosamente capitalista.

Lo más gracioso de la huida de esta anticapitalista de opereta, de corte de pelo estilo hacha y desaliño indumentario a juego, es que, para poder sentirse favorablemente acogida, ha preferido dar un giro a su imagen y transformarse en una delicada niña bien que no permite ser retratada por las televisiones sin haber ido antes a la peluquería. Lo mismo que Lenin, que podía perfectamente ser confundido con un administrativo de banca. Es cierto que el líder comunista nunca se despojó del chaleco, la levita y la corbata cuando, tras volver a Rusia, arengaba a los obreros de San Petersburgo y no es seguro que Gabriel siga su ejemplo cuando, si al final lo hace, vuelva a Barcelona. Pero no es descartable que acabemos viendo a la otrora aguerrida activista volver a la Ciudad Condal inevitablemente rendida a los diseños de Chanel o a los estampados de Versace.

Con todo, hay diferencias. Pues Lenin vivió pobre y miserablemente en Zúrich, mientras que es seguro que Gabriel tiene garantizado un buen pasar en Ginebra pagado con toda seguridad con dinero de todos los españoles. Qué se le va a hacer, ya se ocupará Montoro de inventar los impuestos que sean necesarios para pagar sus gastos de peluquería, que no deja de ser una pequeña fruslería dentro de la sangría nacionalista.

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