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Emilio Campmany

Gestos contra la Nación

Cuando está en juego la unidad nacional, los gestos y los símbolos pueden ser lo que más importe.

Cuando está en juego la unidad nacional, los gestos y los símbolos pueden ser lo que más importe.
Un ujier retira la bandera de España por orden de Aragonës. | EFE

A estas alturas de legislatura, hay dos o tres cosas claras. Una es que lo único que sabe hacer Sánchez es subir el salario mínimo interprofesional. Todo lo demás es aire, humo, fuegos de artificio y teatro. La reforma laboral de Rajoy, que iba a derogar, ahí sigue incólume. La armonización fiscal con la que iba a cargarse la autonomía madrileña duerme en un cajón. La brutal subida de impuestos a "los ricos" sigue sin materializarse. Lo de la luz está por ver en qué queda. Es verdad que sacó a Franco del Valle de los Caídos y que aprobó la enésima ley de educación, pero eso no es gestión, es sólo ideología. Y luego está la negociación con el independentismo catalán.

También sabemos que el independentismo está dividido. Para el prófugo de Waterloo es esencial alcanzar la independencia para poder volver. Los republicanos creen que es pronto. No tanto porque Sánchez no sea lo suficientemente débil, sino porque se han dado cuenta de que los catalanes están demasiado divididos y todavía hoy, a pesar de las toneladas de propaganda vertidas sobre ellos, la mitad siguen sintiéndose españoles. Por ahora, se conforman con gestos. Y ya hemos visto que eso es lo que mejor se le da al secretario general del PSOE, siempre que se puedan retransmitir por televisión. Por eso está dispuesto a acudir a la mesa de negociación y así vender a su electorado no haber cedido en nada sustancial a la vez que ha intentado arreglar el conflicto con la única herramienta posible en el siglo XXI, el diálogo.

Esto puede ser para muchos una buena noticia, pero para eso haría falta que los gestos, los símbolos y las formas fueran irrelevantes. Y es verdad que en muchos asuntos lo son, pero en esto, cuando está en juego la unidad nacional, pueden ser lo que más importe. Que el Gobierno de España se reúna con el Gobierno de Cataluña de igual a igual, como si una cumbre entre líderes internacionales se tratara, no es baladí. Que el presidente del Gobierno acepte como representante de los catalanes a quien únicamente quiere representar a una parte de ellos no es intrascendente. Que quien nos encarna a todos incline la cabeza ante la senyera, corrigiendo el supuesto error de no hacerlo cuando fue recibido por Torra, es igualmente una humillación porque el presidente no lo hace con el resto de banderas autonómicas, las de tantos otros españoles, de igual clase que los catalanes. Que pase revista a unas supuestas tropas catalanas significa reconocer que la región dispone legítimamente de un ejército diferente al español, sujeto a una autoridad distinta de la prevista constitucionalmente y que no es otra que el rey. Y, por último, que permita que se retire la bandera de España cuando quien va hablar es el presidente de la Generalidad es un insulto a todos los españoles, incluidos los catalanes, que se sientan representados por ella. Todo esto no son nimiedades por el mero hecho de no tener traducción inmediata en el Boletín Oficial del Estado. Son ofensas a las que nos somete el presidente que hemos elegido entre todos. Y encima nos las hace a sabiendas de que nada se arreglará. Tan sólo las hace para seguir ostentando el cargo que tan indignamente ocupa. Es mucho peor de lo que parece.

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